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Listado de libros > Mitos y leyendas de nuestro pueblo, Archidona | Índice de este libro | Instrucciones | Redactar Mitos y leyendas de nuestro pueblo, Archidona
Me contaba mi abuelo y él decía que se lo contaba el suyo, que la leyenda de los fantasmas en el pueblo de Archidona han existido desde siempre.
Primero y para situarnos en el tiempo, tenemos que pensar que los cuartos de baño en el pueblo llegaron muchos años después, y eso de ir al servicio, que hoy tan poca importancia le damos a eso de sentarnos en el trono y terminar de leer el Marca y si algún familiar llama a la puerta le gritamos: -espera que estoy terminando de leer este artículo de Ronaldo-. Eso más o menos es lo que a nosotros nos pasa hoy, pero antes las cosas no estaban tan fáciles. También tenemos que saber que en aquel tiempo en el pueblo había muy poca luz. Sólo había una bombilla en los Cuatro Cantillos y alguna que otra repartida por las calles principales del pueblo. Por eso de la poca luz las personas se agachaban en cualquier oscuridad y para no ser reconocido por sus vecinos se tapaban la cabeza o la cara con cualquier cosa. Si alguien veía a uno disfrazado se llevaba un buen susto, salía corriendo y entraba en su casa diciendo que en tal calle había visto un fantasma. No mentía, para él era cierto. Lo que no podía saber era que su vecino fuera un fantasma o alma del otro mundo. Al día siguiente, aquel hombre al que todavía le duraba el susto, le contaba con voz fuerte como tenemos costumbre hablar los andaluces a sus amigos en la taberna, que en tal calle por las noches salía un fantasma y que él lo había visto. De esa manera tan sencilla se creaba el fantasma de una calle. Fantasma que por otro lado el pobre se había quedado descansando y aquel bicho raro pocas personas más podían ver. Aquella calle ya tenía su fantasma y con testigos que lo habían visto. Y éste podía ser otro tipo de fantasma, que también teníamos en Archidona en aquel tiempo. La otra clase de asustabobos eran aquellos que se ponía una sábana por la cabeza y cortaban el paso de la calle porque su señorito lo había dicho y por tal trabajo le pagaba algo, quizás poco. Me seguía diciendo mi abuelo que a él le había contado el suyo un día sentado en la Plaza Ochavada, cerca de la tienda de Aguilera, ya que le gustaba sentarse en aquel sitio, porque decía él que desde aquella posición podía ver y controlar a todas las mujeres guapas del pueblo que iban a la compra. Mientras mi abuelo seguía mirando a un lado y a otro para no perderse ninguna mujer guapa que pasara, me contó que una noche ya casi de madrugada un arriero se disponía a entrar al pueblo por la Fuente Antequera. Pasó por la puerta de la Sulfurera con sus cinco burros cargados de cajas de pescado para venderlo de día en la pescadería de la plaza. Aquel medio dormido hombre iba subido el la culata del último burro de los cinco. Los animales sabían bien el camino más corto para llegar antes a la Plaza. Ya pasada la Sulfurera a aquel hombre le entraron ganas de hacer pipí, así que se bajó de su burro y se pegó a una pared una vez había pasado la puerta de la huerta de Doroteo, pues no podía aguantar más. Terminada su faena se abrochó la bragueta y se echó a correr para pillar a sus borricos. Iba pensando que sus asnos podían estar ya en lo alto de las Cabezuelas, cerca del Callejón del Matadero y que tenía que correr para poder descargar y organizar las cajas para su venta. El preocupado arriero no esperó el incidente que le estaba esperando. Porque al llegar a la esquina de la calle los Molinos el susto que pasó fue gordo. No podía esperar que de la esquina le saliera un fantasma, que en el pueblo se conocía como Fantasma de la Calle Los Molinos. Se contaba y se contará que en la misma esquina le salió a aquel arriero un tío con una luces en la cabeza y liado en una sábana blanca. Aquel fantasma se puso en medio de la calle con aquella pinta y le dijo: –Por esta calle no se puede pasar. –Hombre usted no me puede hacer a mí eso. ¡Mire si le tengo que pagar algo yo se lo pago! Pero, déjeme usted pasar que los burros estarán ya entrando a la plaza por el Arco de las Cabezuelas o del Matadero. Mire usted, ellos solos no saben en el puesto que se tienen que parar hoy, así que quítese de en medio que yo pase y descargue mis burros, para que las persona de este pueblo coman hoy pescado fresco. -De eso nada. Tú hoy, por aquí no puedes pasar y no pasas, así que darte la vuelta y pasa por otra calle, que aquí en Archidona hay muchas. -Ya me tienes harto. Te he dicho que paso por aquí y paso hasta por encima tuya, y por lo alto de esa sábana vieja que te han puesto. Aquel hombre ya desesperado y pensando en que sus borricos estarían ya dándole vueltas a la plaza sin saber en donde parase ni que nadie los mandaría parar. Intentó razonar, pero viendo que era imposible se puso nervioso y no lo pensó dos veces. Se sacó la vara de membrillo que tenía escondida en la faja y le llamó candela al fantasma en la espalda. Le metió un palo y lo tiró al suelo. Después le dio algunos más diciéndole: -Toma fantasmón, esto para que los arrieros que entren en tu pueblo para ti tengan preferencia de paso-. Le quitó la sábana y se la rompió en trocitos tan pequeños que parecían torsiones para el candil. De esa manera al día siguiente se despertó el pueblo sabiendo quien era al fantasma y porque salía por aquella calle con tanta frecuencia. Todo el mundo se enteró de que el fantasma era uno de los tontos del pueblo que estaba pagado por un señorito de un cortijo para que mientras él estaba en casa de su querida, que nadie pasara por la calle ni que nadie viera su caballo amarrado a la ventana de la señorita. Me terminó diciendo mi abuelo: – Mira niño, aquel fue el fin del Fantasma de la Calle los Molinos de nuestro pueblo, pero que sepas tú otra cosa, que aquí seguirán quedando fantasmas y fantasmones mientras el mundo sea mundo. |
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