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Relatos Cortos

  • El manuscrito de Oplontis

“Quibus enim nihil est in opsis ad bene beatêque uiuendum, eis omnis aetas grauis est; qui autem omnia bona a se ipsi petunt, iis nihil malum potest uidêri, quod natûrae necessitas adferat. Quo in genere in primis est senectus; quam ut adipiscantur, omnes optant, eandem accûsant adepti; tanta est stultitae inconstantia atque peruersitas!”

Marco Santángelo leyó fascinado el manuscrito que deposité en sus manos nada más llegar al yacimiento de Oplontis. Echó un vistazo al cofre de vetusto cuero repujado y descubrió atónito el legajo de papiros y tablillas enceradas; y un muestrario de lamparillas de terracota, jarros de boca trilobulada, guardaperfumes, ungüentarios de pasta vítrea; y frascos con restos sólidos de sustancias venenosas, al parecer.
El doctor Santángelo es inspector arqueológico, antropólogo y catedrático de Filología Clásica de la Universidad Federico II de Nápoles.¡Lo que se dice un soltero de oro! Además de su ingente labor académica y arqueológica, actualmente coordina un prolijo “trabajo de campo” paleoantropológico: recopilar las miles de inscripciones existentes en los muros de Pompeya; grafitos, reclamos publicitarios de particulares, lemas con propaganda electoral...
Il dottore intenta recuperar todo ese acervo de voces del pasado, darnos la oportunidad de conocerlas y a través de ellas ponernos en la piel de los habitantes de una ciudad romana de hace veinte siglos. Individualmente parecen sólo mensajes improvisados y sin importancia, exteriorizados a tenor de un sentimiento repentino; pero enfocados en conjunto, son testimonios anónimos de una espontánea humanidad y documentos únicos para la reconstrucción de la sociedad en la primera Época Imperial. Son una fuente inagotable para estudiar las formas y estilos de escritura, las caligrafías, las lenguas utilizadas o los modos gramaticales y sintácticos empleados. Ofrecen una fotografía del habla real, muy alejada de la culta o formal.
Me llamo Lucía Sampaolo, y a instancias de la Superintendencia Arqueológica, dirijo las excavaciones de Oplontis: el yacimiento romano próximo a Pompeya. En primer lugar, he de reconocer mi más ferviente admiración personal por el profesor Marco Antonio Santángelo, un viejo y gran amigo de mi etapa docente universitaria en Nápoles. Hoy he pedido a Marco que se desplace hasta aquí, a la Villa de Popea en Oplontis, hoy Torre Annunziata, justo al lado de Pompeya. Necesito su ayuda para descifrar y traducir una serie de tablillas y papiros que he hallado esmerada y hábilmente consignados en un arca; en el interior de un falso muro en una estancia de la residencia de Popea Sabina, la segunda esposa de Nerón. Esta villa romana emergida de las cenizas de la erupción del Vesubio, ofrece una extraordinaria oportunidad de estudio. La villa de Popea es uno de los más bellos ejemplos de residencia imperial, tanto por los suntuosos murales y esculturas que la adornaban como por su posición sobre el mar Tirreno. En realidad, toda la zona del Vesubio viene siendo objeto, desde hace tiempo, de las más fascinantes investigaciones científicas de la historia.
¡Hoy ha sido un gran día para mi! Después de años de dedicación, el nombre de Oplontis y el de Lucía Sampaolo saltarán de la mano a los noticiarios y a las publicaciones especializadas en arqueología. ¡Un milagro! Aunque a decir verdad, el auténtico milagro ocurrió en agosto del año 79 d.C. Los estertores de la erupción del Vesubio, con sus últimas coladas de lava ardiente, rozaron en paralelo el muro y la ventana de la estancia donde apareció el arca, si bien su flujo no la arrolló frontalmente. Las nubes de gases incandescentes llegaron sin apenas fuerza para expandirse y destrozar los maderos de la ventana y el propio muro, de tal modo que la oleada piroclástica no causó destrucción, sino que envolvió el entorno con su manto de material volcánico. Al solidificarse la preservó en una cámara herméticamente sellada durante siglos.
-De los tratados de Marco Tulio Cicerón, algunos se extraviaron o se conservaron parcialmente –explicaba magistralmente el profesor Santángelo, para satisfacer la curiosidad de mi equipo: sus nuevos y ávidos pupilos-. Cicerón elevó la lengua latina a su perfección mas alta. Es el máximo representante de la oratoria y la retórica. Este fragmento corresponde sin género de dudas al Capítulo II de uno de sus Tratados Morales: De senectute. En él se nos dice que la felicidad del hombre radica en los bienes interiores y que la auténtica dicha consiste en la virtud y en seguir la naturaleza, según los dictados de la filosofía estoica.
-¡Buenos días a todos! -saludó Pietro Fergola, el Superintendente de Pompeya y Oplontis, con muestras evidentes de buen humor-. ¡Marco! ¿Qué alegría verte por aquí? ¿Y tu trabajo? ¿Alguna novedad?
-¡Buenos días, Pietro! Novedades tengo a diario. Aunque, como ya sabes, Pompeya y las ciudades del Vesubio se excavan desde hace más de doscientos cincuenta años, y fue entonces cuando se desenterró un tesoro tras otro. ¡Pero bueno, el hallazgo de Lucía no es una bagatela, es un regalo de los dioses!
-¡Enhorabuena Lucía! Nos ha felicitado a todos el Director regional de Bienes y Actividades Culturales de Campania -añadió con toda la pompa y el boato, mi jefe superior Pietro Fergola.
-¡Muchas gracias! -contesté un poco azorada, antes de realizarle un rápido bosquejo de lo acontecido-. La verdad es que ha sido una suerte que los manuscritos cayeran en mis manos. Yo estaba limpiando con mis bastoncillos humedecidos, la suciedad de los frescos parietales de esta estancia. Como ya sabes, los locales interiores pertenecientes al servicio, suelen estar decorados con sencillas franjas amarillas y azules; pero aquí por el contrario, es evidente el gusto por los artificiosos trampantojos del Segundo Estilo, y ello queda patente en esta suntuosa falsa puerta enmarcada por columnas y coronada por retratos. Encaramada al andamio y en plena labor de limpieza, me detuve un instante en la delicada decoración de la puerta falsa. Y comprobé con estupefacción que en realidad no era una puerta simulada, sino auténtica y real, de madera ricamente decorada y con idéntica pátina, textura y tonalidad que todo el fresco. Con sumo cuidado conseguí abrir la puerta y allí... en el interior de un diminuto habitáculo, encontré este inesperado tesoro.
-¡Señorita Sampaolo! ¿Podría ver su famoso “cofre del tesoro”? -bromeó Marco, sabedor de que yo había reclamado su presencia allí justamente para eso-. Lo cierto es que después de leer el primer texto de Cicerón, estoy impaciente por echar un vistazo al resto. Veamos; “…Sulpicius Galba in Hispaniam Ulteriòrem missus est: ...populus... Lusitanus contra eum surrexit et Galba victus est...”. Habla de la perfidia de Galba. Relata el momento en que Galba al ser derrotado por los Lusitanos, convocó al pueblo para una repartición de tierras, pero al final los engaña y mata a la juventud. Viriato surge y la rebelión lusitana se encona. Nada nuevo: el viejo Galba y sus métodos gangsteriles.
-Marco –reclamé su atención-, supongo que el arca pudiera ser una especie baúl-biblioteca o el exiguo depósito de utensilios y enseres de algún habitante de la villa de mediados del siglo I, pocos años antes del cataclismo del 79 d.C. Los manuscritos parecen ser de Época Imperial y algunos de Época Republicana. Los volúmenes están bellamente ilustrados y magníficamente conservados. Una vez analizados, sabremos si hemos recuperado algún célebre texto perdido. Pero lo más extraño, son estas tablillas de roble del tamaño de una postal, muy bien conservadas también, pero con una caligrafía más irregular, producto de un estilo apresurado y trazo más sinuoso.
Santángelo, consumado grafólogo, comprendió en seguida que aquello no era un copia manuscrita de algún conocido autor latino, sino que tenía todo el aspecto de un diario, una misiva o un relato epistolar. Empezó a leer con la celeridad que le permitía su pericia traductora, pero con la cautela que el caso requería y la dificultad añadida de la ilegible letra del atropellado relato manuscrito. Desbrozó sus primeras líneas con fruición, hizo una pausa y guardó un momentáneo silencio antes de realizarnos una escueta sinopsis.
-Además de un enardecido relato de los agitados tiempos de Nerón, parece ser una epístola...
Tras la primera toma de contacto, Santángelo dejó sus chanzas a un lado y realizó una inmersión tan profunda en el manuscrito, que dejó de atender a mis preguntas. Acabada su lectura, nos confesó el estilo audaz del manuscrito. Impresionado, olvidó que se encontraba entre arqueólogos y no entre estudiantes universitarios.
-Entre griegos y romanos la palabra stylus, significaba el punzón que se usaba para escribir en las tablillas enceradas. De ahí pasó a designar el conjunto de rasgos que caracterizaban la obra del autor, escuela, época o género. ¡Y es curioso! Conforme avanzaba en la traducción –nos seguía ilustrando Marco- la narración casi esquizofrénica del autor y algunos diálogos de sus vivencias se alternaban por sorpresa, y se me aparecían escenificados al estilo Quo Vadis?, ¡ya sabéis!, la célebre novela del polaco Henryk Sienkiewicz, adaptada varias veces al cine. Y en los iniciales títulos de crédito de este peculiar guión manuscrito sobresalía por encima de todo el nombre de su protagonista: Esporo, el esclavo amante de Nerón.
Escuchad, escuchad atentos su narración...

Aquél que lea estas líneas, sabrá por lo que en ellas relato, que soy Esporo, el esclavo amante del Nerón; uno de entre los muchos y muchas amantes que tuvo a lo largo de su corta y extravagante vida.
Mis desgracias, burlas e incluso humillaciones en público comenzaron tras la muerte de Nerón, en el instante en que accedió al poder el emperador Galba, amargado general y enemigo acérrimo de Nerón. Desde los primeros días de su entrada en Roma, Galba fortaleció y acrecentó su reputación draconiana de hombre avaricioso, cruel, despiadado y sin atisbo de munificencia en su senectud. Por mi condición de castrado y sobre todo por mi proximidad a Nerón, tras la muerte de su esposa Popea Sabina, soy motivo de mofa y desprecio. Mis enemigos me zahieren con sus miradas y me alancean con sus insultos.
La historia arrojará sus luces y sus sombras sobre Roma y sus césares. Yo desde mi posición, he sido partícipe de la parte más oscura y siniestra. No estoy orgulloso de mi vida licenciosa e infame, ni de las injusticias y oprobios que en estos años he visto cometer y que yo mismo he cometido; pero lo cierto es que en el estertor de mi soledad y escarnio público, quisiera dejar constancia del destino despiadado que propició mi ascensión al lado del ser más depravado y poderoso del mundo. Víctima de mi propia decadencia, desfallecido, amilanado y sin fuerzas; mi flaqueza es incapaz de soportar semejante hostigamiento.
La decisión tomada está, pero antes de ejecutarla, he de finalizar la narración de los acontecimientos que me han llevado a esta abyecta postración, mitigar mis lacerados estigmas y asomarme por última vez al espejo de mis miserias. El arsénico... o la cicuta, mortales venenos y sempiternos compañeros de viaje de esta parca misiva, habrán de esperar camuflados entre guardaperfumes y ungüentarios en el escondrijo secreto que mi fiel amigo, el liberto Polibio, me confió antes de ser liberado por el amo. Allí los custodio al lado de pliegos de volúmenes y rollos de papiros, y junto a los inefables versos que Nerón, el más ufano y jactancioso de los mortales, me dedicó con auténtica devoción. ¡Masoquismo en grado superlativo, el mío! Sí, la poesía y la música fueron sus eternas pasiones, al mismo tiempo que un puro suplicio para los que debíamos soportar esas histriónicas interpretaciones y estruendosas composiciones, que tenían la innegable virtud de exacerbar el ánimo de sus coetáneos súbditos y cínicos aduladores por “imperativo legal”.
El manuscrito en que recojo éstas, mis últimas impresiones, constituye mi testamento final: el arrebatado relato de un mísero esclavo, cautivo de la ambigüedad y de los turbulentos designios de esta era de esclavitud. Por extrañas circunstancias, fui el amante esclavo del emperador Nerón; igualmente cautivo del Imperio, por los caprichosos designios de su estirpe. Realmente fueron nuestros coincidentes senderos, pedregales de ominosa e irreductible soledad.
Generaciones venideras: sed testigos de lo efímero del poder y de lo vano y superfluo de la mundanal gloria. ¡Os lo suplico, recordad mi nombre: Esporo! Soy un esclavo joven, pero un espíritu castigado y envejecido por las crueles circunstancias. La historia siguiente no me pertenece, pues nunca poseí cosa alguna de valor, más bien pertenece a Nero Claudius Caesar Augustus Germanicus: Nerón.
Nerón tenía diecisiete años cuando a pesar de su patente desinterés fue proclamado Imperator. No ambicionaba el poder, pero fue empujado al detestado trono imperial por su madre. Se consideraba por encima de todo un genial artista, pero su papel lo habría de interpretar en la aborrecida “escena” de intrigas palaciegas y luchas intestinas entre las diversas facciones. Tras su coronación, sus consejeros Séneca y Burro intentaron tomar las riendas de la política que tanto aburría al joven e inexperto César. Pero Agripina, su Augusta madre, lo había encumbrado a la cúspide de la casa imperial y reclamaba para sí el derecho a detentar todo el poder. Pero... hasta llegar ahí, primero hubo de hilvanar su perversa estratagema.
Agripina fue mujer ambiciosa en extremo, y esta ambición la llevó a conspirar en su día en contra de su hermano Calígula; con el cual no tenía inconveniente en mantener relaciones incestuosas, como tampoco lo tenía en mantenerlas con su propio vástago, a quién ella en su día hizo un hombre. Aquella primera traición fue descubierta y le costó el exilio. Después de la caída de Calígula y la llegada al poder de su tío Claudio, concluyó su largo destierro. Contrajo segundas nupcias, pero poco después su consorte murió, envenenado por Agripina: impenitente emponzoñadora y conspicua confabuladora.
Por entonces el emperador Claudio, al descubrir las traiciones de su infiel esposa Mesalina, ordenó la ejecución de la Emperatriz y dejó el camino expedito para contraer nuevo matrimonio con su sobrina Agripina, en contra de la opinión del Senado. Ella se había ido ganando la confianza del ingenuo Claudio, y finalmente consiguió su propósito: el título de Emperatriz y luego el de Augusta. “¡Un peligroso escorpión se esconde bajo las sábanas del tálamo nupcial!”, solía bromear jocosa y abiertamente Nerón respecto a dicho boda.
El siguiente paso consistió en introducir a su hijo Nerón en la línea de sucesión Imperial. Con astucia y hábiles ardides supo convencer a Claudio, el viejo bobo, para que designará a Nerón como único heredero; en detrimento de su propio hijo Claudio Tiberio Germánico, conocido como Británico. El desdichado fue apartado del trono, y más adelante, para evitar que algún día obtuviese el favor popular, fue envenenado.
Una vez asegurado el trono para su hijo, Agripina asesinó a Claudio con un plato de setas venenosas.
Otra vez el maldito veneno ejerce de omnipresente sicario. Droga tóxica y perniciosa, esencia nociva, y huso letal e invisible que devana los hilos de las siniestras y elevadas ambiciones de la corte imperial.
Yo, Esporo; súbdito de distintos amos y señores, cumplí con resignada obediencia los mandatos de quienes para alcanzar sus más ruines y miserables fines, segaban con la infame sustancia las vidas que se cruzaban en este siniestro camino de aniquilación y exterminio; disuelta en los más suculentos manjares, o disfrazada de las más diversas y perspicaces formas. Fui testigo de tales atrocidades en la corte de Nerón...
-¡Ave, Divino César! –saludaba con ironía Claudia Octavia a su malhumorado esposo Nerón, que reclinado en el diván del triclinio coqueteaba sin pudor con Actea, joven liberta y antigua esclava de Octavia.
-¡Salve Octavia! –le respondió a regañadientes, a la vez que prestaba atención a los sones del arpista y devoraba con la mirada a su bella concubina, la siria Actea.
-Nerón, sublime César y marido fidelíiiiisimo, es un secreto a voces que por las noches, la joven Actea te ayuda a conciliar el sueño en tu inquieto lecho. Quizá así, con tan grata compañía mantienes alejados los fantasmas de mi venerado padre Claudio y de nuestro hermano Británico; víctimas propiciatorias de Agripina, súmmun de la iniquidad y de la avaricia –acusó abiertamente a su Augusto esposo, que ni siquiera se inmutó.
-¡Querida Octavia, soberbia esposa a la par que hermanastra!: me congratula tu valor, pero me resulta aburrido y poco apropiado discutir estos asuntos privados ante esclavos e invitados. ¿Acaso he hablado yo de tu evidente imposibilidad de darle a Roma un heredero? –le replicó con desdén-. Además voy a estar ocupado en la composición de singular oda para la exótica Actea. Es una lástima que mi Augusta madre no valore sus virtudes y me otorgue su aquiescencia. Estoy seguro de que llegaría a ser una espléndida emperatriz. Su valía e idoneidad están fuera de toda duda. ¿No lo crees así querida Octavia?
La constante y atrevida desfachatez de Octavia encolerizaba a Nerón y a Agripina. En la Domus Áurea –la “Casa de Oro” construida a instancias de Nerón– eran de sobra conocidas las sibilinas artimañas de madre e hijo, y pronto Octavia pagaría cara su arrogancia ante tan potentes y efectivos adversarios. En múltiples ocasiones, Octavia se salvó de morir por estrangulamiento a manos del propio Nerón. Pero esta vez, los acontecimientos se precipitaron y Octavia fue desterrada y repudiada alegando su esterilidad; y finalmente fue asesinada a la edad de veinte años, acusada fraudulenta y paradójicamente de adulterio. El pueblo llano de Roma, siempre conocedor de la verdad, simpatizó hasta el final con la vilipendiada Octavia.
Sin embargo, antes que ella cayó Agripina; victima de la traición de su hijo y de su propia ignominia. Nerón, harto de las amenazas maternas, planeó su desaparición con la anuencia de su entorno fiel. Pero Agripina, la mayor de las envenenadoras, se había hecho inmune al veneno gracias a la droga theriaca, un sofisticado remedio para todo y especialmente eficaz como antídoto contra envenenamientos. Sus ingredientes y su preparación eran un secreto bien guardado. Nerón que gozaba de muy buena salud –sólo se indispuso tres veces en catorce años- también utilizaba dicha droga, cuyos principales componentes eran Cannabis sativa, con propiedades alucinógenas, y Papaver somniferum, rico en morfina.
Así pues, Nerón maquinó matar a su progenitora con sórdidas invenciones burdamente diseñadas, como esconder, sobre el dosel del baldaquín de su lecho, pesados maderos que habrían de caer sobre ella mientras dormía, o fingir el naufragio de su liburna en el mar para que muriese ahogada. Al final no consiguió más que sendos fracasos, pues no era empresa fácil matar a tal arpía. Las arpías, hijas de Neptuno, son monstruos con rostro de vieja y cuerpo de buitre. La cólera celeste no engendró jamás seres más horribles ni azote más temible: desprenden un olor infecto y corrompen todo lo que tocan. Ciertamente yo pude apreciar en ella esa divinidad maléfica portadora de calamidades.
Enervado por la sagacidad y astucia de la arpía, Agripina fue directamente ejecutada a manos de un centurión. Nerón justificó el matricidio con el mayor cinismo, alegando un supuesto suicidio de su madre al verse sorprendida en una conspiración tramada contra él. Dijo: “¡El escorpión, viéndose acorralado, decidió infligirse la punzada mortal de su aguijón, cuya púa tantas veces padecieron sus indefensas víctimas!”
Nerón no pudo casarse con la liberta Actea, pues su madre lo impidió a toda costa. Actea había sido su nodriza, antes que su amante, y Agripina nunca toleró que una esclava liberta, ocupase el trono imperial y el corazón de su idolatrado hijo. Tampoco obtuvo tal beneplácito su nueva concubina, la pompeyana Popea Sabina, pero tras la desaparición de la implacable progenitora nadie se opuso a este matrimonio. Doce días después de repudiar a Octavia, casó con Popea, la joven de Campania a la que amó caóticamente.
Yo fui notario y partícipe de esa pasión turbulenta...
-¡Dióforo...Polibio... Esporo! ¿Cumplisteis mi mandato? ¿Se ha vertido ya la leche de quinientas burras en la natatio? –Los siervos de Popea sin pronunciar palabra asintieron con la cabeza-. Quiero verla rebosante de blanco líquido. En mi Villa de Oplontis también solía tomar baños de leche. Las termas de la villa disponen de una reducida pileta, pero el goce de sentir el dulce y suave tacto de la leche es el mismo.
A mis ojos, los del invertido Esporo, la visión que a menudo contemplaba me resultaba divina y deliciosa. Popea Sabina se sumergía totalmente desnuda en la tersa albura de la piscina. A pesar de su oronda figura, la de una mujer encinta de su segundo hijo y en avanzado estado de gestación, su envidiable feminidad la convertían en una diosa provista de empíreos encantos. Venus emergente de la espuma de un níveo y lácteo mar, diosa de la belleza y del amor; sojuzgó mi atormentado corazón y dejó cincelada una huella indeleble en los recovecos de mi alma. Guardo memoria nítida de aquellos días. Su blonda y voluminosa cabellera recogida en minúsculas y doradas trenzas le daban un aspecto inocente. Yo, el obsceno amante de Nerón, sentía una ilícita pero leal pasión hacia una mujer: la mujer del Emperador. La confusión de mi homosexual naturaleza había alcanzado límites inimaginables, rayanos en el paroxismo. Mi inesperada ambitendencia era capaz de travestir mis más límpidos anhelos en lascivos, tórridos y acuciantes impulsos de poseerla. Además para mi afeminado regocijo, todos reconocían en mi una gran similitud con Popea Augusta. En efecto, mi mujeril rostro era el vivo retrato de Popea. Por este motivo, Nerón “jugaba” conmigo en muchas ocasiones y se divertía vistiéndome con las púrpuras túnicas de Popea. Ello me obligaba a usurpar el puesto de mi idolatrada emperatriz y a acatar los deseos sexuales de su promiscuo esposo.
Aquella noche de infausto recuerdo, de madrugada, aconteció algo trágico y demencial; que nos marcaría a todos cuantos nos encontrábamos en los baños del palacio de Nerón, la “Domus Áurea”.
-¡Por Júpiter! ¿Dónde estás Popea? -vociferó Nerón en el interior de la estancia termal.
Eran evidentes en su tambaleante caminar los efectos del dulce y afrutado vino del Vesubio que Popea le hacía traer desde su tierra campana: Pompeya. Siempre tenía un humor de perros, y ello acentuaba una atmósfera de enorme represión, en la cual siervos y demás miembros de la corte, temerosos por sus vidas, evitaban a toda costa cruzarse en su camino y ser así presas fáciles de sus ataques de ira.
A medianoche, cuando Nerón volvía de una de sus juergas nocturnas, fue víctima de una emboscada. La agresión fue repelida por su guardia pretoriana, que abortó el magnicidio. El fallido atentado y su embriaguez acrecentaron si cabe su iracundo proceder. Popea visiblemente enfadada con Nerón, adoptó la pose de una furiosa ménade y le contestó con acritud.
-¡Salve, César Augusto! ¿En qué estado llegas, que no me ves? ¡Estoy aquí, junto a la natatio! Esporo me complace con sus sensuales masajes y perfumados ungüentos, antes de ayudarme a ceñir la túnica. ¡Puaff...! Hasta aquí llega el tufo de tu pestilente presencia. Lástima que Esporo no te acompañase...
-SSSsss,¡calla, insoportable mujer!,ahora mismo no tengo el ánimo propicio para aguantar tus deplorables gracias –le conminó Nerón de manera enérgica y disimulando las señales inequívocas de sus ebrias correrías-. Esta noche han atentado contra mi vida y ese es el motivo de mi tardanza. Además, bien sabes que al joven Esporo lo retuviste adrede toda la tarde, aquí junto a ti. ¡Por mi, puedes hacer uso exclusivo de sus reservados encantos, si te place! Dices que soy un monstruo y un tirano, pero eres tú, querida Popea, la que sometes a mis súbditos predilectos con tareas onerosas, como llenar piscinas con vasijas de leche de burra. ¡Por no hablar del suntuoso e irreverente capricho de exigir calzado de oro para tus mulas!...No entiendo esa enfermiza obsesión por tales bestias.
-Mi única obsesión es reclamar un paraíso perdido y borrar para siempre estos horribles momentos. Desde que quedé encinta, consuelas tu voraz apetito sexual de cualquier modo y con todo tipo de depravadas personas: jóvenes eunucos o indeseables meretrices de lupanar. Eres más despreciable que esas bestias mías de las que hablas. Esta noche solicito a los dioses que tus enemigos no te dejen indemne y no yerren sus atentados en lo venidero. ¡Pido a Júpiter Todopoderoso, que les conceda precisión certera para que sepan dirigir sus mortales dardos contra ti! ¡Lamento desde lo más hondo de mi ser, que no me hayan traído la noticia de tu pérfida muerte esta misma noche! –Cuando ya se retiraba a sus aposentos, se aproximó a su esposo y tras el protocolario e hipócrita ósculo imperial al César, le escupió airadamente en el rostro.
Nerón totalmente fuera de sí, descargó un potente puntapié en la tripa turgente y fecunda de Popea, y acto seguido desató un torrente incesante de violencia infinita sobre el cuerpo de Popea, que cayó inerte al pavimento termal de mosaico. Le propinó una brutal paliza en forma de patadas y coces, con el ímpetu y la furia de un irritado equino, de una bestia con sandalias de oro, como las acémilas que él tanto denostaba. Con su furibundo ataque provocó el aborto de su hijo nonato y la muerte de Popea, mi platónica pasión.
Nerón, arrepentido, lloró amargamente su muerte, y mandó organizar un fastuoso funeral en su honor.
Fue entonces cuando volcó toda su atracción sobre mí, el joven travestido Esporo, asombrosamente parecido a la difunta Popea. A partir de ese instante, me llamó “Popeíta”, y ordenó mi castración para quedar totalmente convertida en mujer. Al castrarme me desposeyó de genitales masculinos y al matar a Popea me arrancó la única pasión que experimenté como hombre. Me hizo abandonar la túnica de esclavo y comencé a vestir como tal señora. Paseaba en litera y recibía del Emperador espurias muestras de cariño y agasajo.
Después tomó como tercera esposa a Statilia Mesalina. Para apropiarse de ella, asesinó a su marido...
El tiempo, el devenir de los acontecimientos y la vorágine de sediciones, lenta pero inexorablemente le hizo perder sus apoyos en el Senado y en la guardia pretoriana. Nerón no pudo contener la incipiente sublevación y fue declarado enemigo público. El Senado retiró todos sus poderes y los transfirió a Galba. Nerón huyó y se ocultó de la conjura en una villa cercana a Roma. Por su miedo cerval a que le infligieran cruel suplicio según las leyes antiguas, pidió que una mano amiga le librase de esa tortura, ya que no tenía los arrestos suficientes para quitarse la vida por sí mismo. Momentos antes de morir, él mismo censuraba su propia cobardía y me exhortaba a mi, Esporo, a lamentarme y llorar por él, y me pedía que yo me matase primero para que con mi ejemplo le insuflara valor para morir. Sólo cuando escuchó el galope de los jinetes que ya se aproximaban, aceptó por fin la oferta malintencionada de mi mano, sedienta de venganza. Con la misma malasangre que él utilizó al matar a Popea, sin apartar mi vista de sus enloquecidos ojos, hundí el gélido acero de la daga en su garganta, muy lentamente para alargar su agonía y paladear mi revancha. Nerón expiró justo cuando entraba en el cubiculum el centurión armado con la gladio. Moría a los treinta y dos años.
Lo acontecido con mi persona, es de sobra conocido. Galba quiere destruirme, pues no quiere dejar huella de la era neropopense. Antes de que sus centuriones lleguen a mi celda, en la Villa de Popea, los dioses me otorgarán el arrojo supremo que no tuvo Nerón, para que sea mi propia mano la que me tienda el elixir de la manumisión y arranque de mi este aherrojado yugo. Aquí en la villa de verano de Popea, hoy propiedad de mis últimos amos que la compraron con todos sus esclavos; aquí, definitivamente, ubicaré mi morada final...

Marco y Lucía, después de haber traducido las tablillas enceradas y haber realizado una copia, charlaron entusiasmados durante toda la tarde. En el ático napolitano de Marco, sentados en el confortable sofá de mimbre de la terraza acristalada; disfrutaban de un onírico atardecer frente al Golfo de Nápoles. De repente les devolvió a la realidad el inoportuno fragor de una televisión, que los desconsiderados vecinos escuchaban a toda voz en la terraza del piso inferior. Un informativo daba en exclusiva la noticia del descubrimiento en la Villa de Popea, entre otros, del bautizado como... "Manuscrito Neropopense de Oplontis: unas tablillas de Época Imperial con abundantes revelaciones sobre la etapa neroniana. El texto no aporta excesivas revelaciones históricas, pero supone un documento sobrecogedor de la vida de un refinado e instruido esclavo; y hace brillar en la punta de sus afiladas flechas, las aristas del veneno y del cautiverio. Desborda la desazón de su pasión maniatada y el hecho de que Esporo sólo fue libre al poner fin a sus días..."
Con renovados ojos, el profesor Santángelo dirigió su mirada perdida a la sonriente Lucía, que se regocijaba en la agradable ocupación de contemplar la puesta de sol napolitana en la apacible ensenada de la bahía homónima. Absorto en sus pensamientos, Marco tuvo que admitirlo: la arqueóloga, con sus inmensos ojos azules, había logrado excavar el yacimiento profundo y fragoso de sus sentimientos. Mientras tanto, de idéntico modo que Popea Sabina al penetrar en la espuma de su baño lechoso, los rayos del astro crepuscular antes de hundirse, con sus áureas y “sabinas” trenzas, dieron un nuevo brillo al majestuoso piélago y a la mirada agasajadora de Marco. El ocaso prestaba sus acabados fulgores al cono volcánico del Vesubio, que así se erigía en el pebetero de los albores de una latente y sublimada relación. Marco y Lucía habían hecho el mejor descubrimiento de sus azarosas y solitarias vidas. Marco decidió en aquel momento compartir con Lucía el anónimo graffiti pompeyano que esa mañana había traducido así:

Nada dura eternamente.
El sol que resplandecía en lo alto
se sumerge en el mar.
Y la luna, llena antes, se convierte en una hoz.
La furia de los vientos suele devenir brisa ligera.

 

 

 

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