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Cuentos infantiles

  • La Gata con Botas

LA GATA CON BOTAS
Marisa es una gata muy sabihonda y traviesa. Por eso sus hermanos, la llaman “Marisabidilla”. Junto a ocho gatitos más, forma una linda camada: Salmoncín –por su color rosado-, Melosa -por lo cariñosa y dulce que es-, Arisco –es obvio-, Felisina y Felisuco –pues ambos se quedan embobados viendo al gato Félix por televisión-, Ágata -por su carácter duro y su pelaje de distintos colores- y Peluchín -por su sedoso pelo-. De todo ellos la gata Marisa es sin duda la más despabilada y graciosa.
A la gatita Marisa, sin embargo, le gusta llamarse a sí misma “La gata con botas”. Se sabe al dedillo el cuento de “El gato con botas”, y a su modo intenta emularlo. Es una gran admiradora de ese personaje de fábula. Le gustan mucho las aventuras y peripecias del astuto felino y los buenos servicios que prestó a su amo Juan... y sus argucias para convertirlo ante el rey, ni más ni menos que en el marqués de Carabás. Desde pequeñita, posee un viejo libro de su héroe: un cuento con vistosos y sugerentes dibujos a todo color. A todas horas lo lee y lo relee. Y disfruta al imaginarse a sí misma como una gata valiente que maneja bien el florete y con esas mismas dotes de ingenio de “El gato con botas”.
Junto a su familia de gatos, la gata Marisa vive en una bonita y acogedora casa de su ciudad natal, Gatoburgo, una ciudad fría y lluviosa del norte de su país: Felinistán. Allí suele llover con asiduidad, e incluso en verano son frecuentes los chaparrones y las tormentas. Esa es la excusa que la gata Marisa utiliza para calzar en sus patitas traseras altas botas de agua, cubrir las manos con guanteletes y vestir un chubasquero cuya capucha siempre cubre su cabeza a modo de sombrero mosqueteril; todo de color rojo, muy a tono con su genio vivo y fogoso. Aunque a decir verdad, la lluvia no es una excusa muy creíble, ni la verdadera razón de su vistoso disfraz. Lo cierto es que de esa manera, consigue asemejarse a un verdadero espadachín, o mejor dicho a una espadachina, como a ella le gusta decir.
Sin previo aviso, de buenas a primeras, mientras sus hermanitos están distraídos relamiéndose los bigotes, tras haber dado buena cuenta de un gran tazón de leche, ella se lanza sobre ellos con su florete en alto, en busca de rival que le presente batalla. Su arma no es otra cosa que un pequeño paraguas hurtado del paragüero de la casa..., pero de todos modos, consigue atemorizar a sus pacíficos hermanos. En boca de ellos y a cuenta de las fechorías de Marisa, más de un “miau” de espanto se ha podido escuchar en la casa de los gatos más traviesos del vecindario. De continuo, los hermanos de Marisa corren de un lado a otro de la casa, despavoridos, huyendo de sus ocurrencias mosqueteriles. A ratos son atacados por ser considerados malvados villanos que han de pagar sus maldades con la misma vida; y acto seguido pasan a ser pobres desvalidos, victimas de una tropelía, y por tanto son defendidos por ella de terribles peligros que ellos son incapaces de ver. O simplemente, si el aburrimiento se apodera de la casa, se dedica a pincharles levemente el trasero con su paraguas-florete, para despertarlos de la modorra, hacerles reír un rato y conseguir que ellos sean también partícipes de la diversión:
-¡En guardia! Defendeos caballero Minino... Y vos..., no huyáis cobarde Micifuz. Si sois valientes venid todos a mí. Me basto y me sobro para acabar con una pandilla de gallinas. Esos es lo que sois, gallinas y no michinos... Igual que “El Gato con botas”, yo soy capaz de embaucar a un temible ogro y conseguir un flamante castillo para mi amo. Asimismo, yo os daré vuestro merecido gatuchos de pacotilla...
Pero nada, sus hermanos no están por la labor de seguirle el juego, prefieren seguir jugando con un ovillo de lana, retozar en la alfombra o beber un buen cuenco de sabrosa leche... Está claro; no saben disfrutar de una buena trapisonda o de un juego verdaderamente audaz. Al contrario, todos sus hermanos le dicen que está loca, que esas cosas no son propias de una damisela felina.
-Los gatos os equivocáis al decir que las gatas no podemos luchar, ni batirnos en duelo... Podemos hacer todo eso y muchas cosas más –decía muy ofuscada, la gatita Marisa-... ¡Qué horror! ¡Qué error!... ¡Cómo os atrevéis a decirme que mi actitud “no es propia de una gata bien educada y de buena cuna”! -silabeó sus palabras con mucha sorna- ¡Paparruchas de gatos anticuados! ¡Yo puedo hacer todo lo que me proponga!
Y efectivamente, Marisa no está loca, ni mucho menos. Es, como digo, una gata despabilada y dispuesta. Y más cabal de lo que parece a simple vista.
Y como siempre lleva puestas sus botitas y su chubasquero rojo, en una ciudad de clima tan desapacible, nunca se resfría y anda muy feliz y saludable. Sin embargo, sus hermanos pescan catarros continuamente y se ven obligados a faltar a la escuela con demasiada frecuencia. A veces, se diría que eso les viene de perlas y que se hacen los remolones para no ir al cole. Por su parte, Marisa asiste puntualmente a su colegio: “Calderón de la Gata”. Todos, todos los días, sin falta. En clase es un ejemplo de buen comportamiento y de sumo interés por aprender mucho, mucho. Se nota a la legua que es una gata muy inteligente.
Muy distinta es la actitud de sus compañeros y compañeras de clase felina, a los que les gusta mucho armar alboroto.
La gata Roberta es la profesora, una gata de angora con muchos años de docencia a sus espaldas y que en los últimos tiempos ha dejado de ser la maestra sumamente seria y estricta del pasado. Es precisamente su edad avanzada la que le ha llevado a adoptar una actitud cada vez más condescendiente y menos rígida. Y eso lo saben bien sus alumnos gatitos y se aprovechan de la situación. Cada mañana, antes de que doña Roberta aparezca lenta y cansinamente por la puerta, maullando de cansancio e impotencia, la clase es lo más parecido a un volcán en erupción: vuelan cuadernos, libros, lápices, tizas... Como ya es sabido, Marisa es una gata traviesa, pero no maleducada, y por eso no aprueba esa mala conducta en el colegio felino, y muchas veces ella misma intenta poner remedio:
-¡Qué horror! ¡Qué error! Esto es un desastre, comportaos como gatos educados y no como esos gatos salvajes que viven en los montes. ¡Esos es! Eso es lo que sois: gatos monteses que no merecéis asistir a la escuela felina.
Doña Roberta, tampoco tiene ya suficientes fuerzas para hacerlos entrar en vereda. Cada mañana se repite la misma historia. No sirve de nada que la seño les mande a diario copiar cien veces la frase siguiente: “No debo alborotar en clase felina”.
La gata Marisa, como no podía evitar el mal comportamiento de sus compañeros, al menos pensó en el modo de esquivar ese castigo, que al ser general y para toda la clase sin excepción, irremediablemente también la incluía a ella. Por eso, para evitar el castigo de las copias, que ella no merecía, todas los días antes de entrar en su colegio, Marisa, en una esquinita de la calle, esperaba escondida la llegada de la profesora. Asomaba su cabecita de vez en cuando y permanecía con las orejas bien tiesas, para averiguar cuando se aproximaba la seño. Llegado el momento, salía de su escondite y se hacía la encontradiza con doña Roberta, y se ofrecía gustosa para ayudarla a subir los escalones de la entrada al colegio, que le costaba mucho trabajo subir sola, debido a su edad. De esta manera, entraba al aula a la misma vez que la señorita, en el momento de mayor revuelo. Doña Roberta, la vieja gata profesora, una vez más, se veía obligada a castigar a todos los gatitos de su curso gatuno; a todos menos a Marisa, ya que ella no se encontraba en el aula alborotando junto a sus revoltosos compi-gatos.
Por todo esto digo que Marisa es una gata traviesa, pero educada y lista como los linces.
A Marisa le gusta soñar despierta... y jugar mucho, aunque eso no significa que apruebe el “todo vale para divertirse”. La seño Roberta, no se merece ese recibimiento cada día. Los profesores gatunos merecen todo el respeto del mundo.
Uno de esos días, en el patio del colegio, en pleno recreo, los alumnos gatitos jugaban al fútbol. A la gata Marisa también le entusiasma el fútbol. Su jugador favorito es Iker Gatillas. A ella le encantaría ser una espléndida guardameta. Sueña con parar un penalti en la gran final de la “Liga de Gatos Campeones”, en el último minuto del encuentro. En su sueño, en la jugada siguiente al penalti, ella corre hasta la portería contraria, antes de que se saque el último corner del partido, el que pondría punto final al tiempo reglamentario y daría paso a la prórroga de su partido soñado. Pues bien, en ese momento, después de una alocada carrera y de cruzar el campo a toda prisa, ella llega justo a tiempo al área rival para rematar de cabeza y marcar un auténtico golazo por la escuadra. ¡Qué golazo! ¡Qué maravilla! Todo los espectadores la aplauden a rabiar. Incluso los jugadores del equipo contrario, los temibles Linces de Milán, felicitan a Marisa, ¡la mejor portera de fútbol gatuno del mundo!
¡Qué le gusta soñar despierta! Lo que ocurre en realidad es que a veces la sacan de sus ensoñaciones, de golpe y porrazo:
-¡Tú no puedes jugar! No ves que el fútbol es cosa de gatos machos -le respondieron los gatos futboleros casi al unísono, después de que ella les hubiese pedido por favor que la dejasen entrar en uno de los dos equipos en liza (como portera, claro está).
-¡Qué horror! ¡Qué error! El deporte es para todo el mundo, sin distinción de género -vociferó Marisa muy indignada.
-¡Nada de eso, monada! -gritaban ellos.
Más tarde, como no podían mantener un argumento de tan poco peso, los gatos se excusaban y le decían que no podía jugar, porque no llevaba zapatillas de deporte, ni atuendo adecuado, ya que ella siempre calza botas de agua y viste chubasquero.
Una vez en su casa gatera, no paraba de darle vueltas a la cabeza, mientras sus hermanos la miraban con recelo, pues era raro que no estuviera ya inventando ingeniosas travesuras.
-“Esto tiene que cambiar” –pensaba Marisa-. “Esto, un día, lo cambiaré yo misma.”
De pronto se escuchó:
-¡Miau y requetemiau! ¡Ya lo tengo! –dijo en voz alta, al dirigirse a sus hermanos felinos-. Debéis saber, que he decidido, en este preciso momento, que cuando sea mayor, renunciaré a mis lindas botitas y a mi querido chubasquero. Me vestiré elegante y me presentaré como candidata al frente de un partido político que defenderá la igualdad de gatos y gatas. Fundaré un partido cuyo lema será: TOdos los Gatos y TOdas las GAtas SOMos IGUAles ANte LA LEy. Y el nombre del partido será por tanto, a ver:... TOGATOGASOMIGUANLALE. He dicho.
-Anda ya –le replicaron sus hermanos.
-... Uy, quizá sea un poco largo y no muy pegadizo. Tal vez sería mejor llamarlo Libertad, Igualdad y Fraternidad Minina, o simplemente Igualdad Minina. Sí. Algo así. ¡Guau! ¡Quiero decir... miau! Eso esta mucho mejor -les contestó con visible emoción.
Lo importante es que pueda presentarme al Parlamento Gatoeuropeo, o al Congreso de los Dipugatos... En todas las instancias que me sea posible presentaré mociones para cambiar todas esa normas absurdas y caducas, que te dicen qué debes hacer... o qué no debes hacer, en función de si eres gata o gato.
-Vives de sueños, Marisa. Las cosas son como son y nada las hará cambiar.
-Nada de eso: nada cambiará si no hay nadie que intente cambiarlas. Aún no tengo edad para ponerme manos a la obra, pero no importa. De momento, me basta mi actitud de querer un mundo mejor para todos los gatos y gatas. Y yo, no os quepa duda,... al menos lo voy a intentar.

 

 

 

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