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Listado de libros > Relatos Cortos | Índice de este libro | Instrucciones | Redactar Relatos Cortos
El cielo está completamente azul, no parece que sea una mañana de Diciembre.
El coche traga kilómetros alegremente. La temperatura de su interior invita a disfrutar del paisaje, dando una sensación cálida y agradable. Tras una curva cerrada aparece el paraje donde está la vieja casa de los abuelos. Rústica y hermosa, un poco desconchada, pero conservada en medio de su pequeño paraíso. Grandes chaparros, chopos y una hilera de sauces junto al rio. Una mullida alfombra de hojas secas cubre el camino y los alrededores de la casa. El contraste de la luz espléndida que proyecta el sol arranca los colores ocres y tierra del paisaje. Bajo del coche. Hace frío, un frío helado que se cala hasta los huesos como siempre nos pasa a los malagueños cuando salimos de la ciudad. La temperatura de Málaga hace que nos pase desapercibido el crudo invierno del interior. El ruido del agua, junto con el canto de los pájaros, hace que me alegre por haber tenido la feliz idea de venir sola delante de los señores de la inmobiliaria que van a comprar la finca. Una gran curiosidad se apodera de mí, surgiendo deseos de interrogar a cada hoja, zarza o piedra. Quiero que me cuenten cosas de mi padre niño. Me pregunto por qué estuvimos tan pocas veces en este lugar. Siempre eran los abuelos (sobre todo la abuela) quienes nos visitaban a nosotros en la ciudad. Cruzo el patio de piedra y la puerta principal, abro las ventanas. Aquello no esta tan mal, mi padre pagaba una mujer para cuidar la casa. Su larga y penosa enfermedad le habría hecho descuidar ese detalle, pero, al parecer, la buena señora había seguido fielmente limpiando y manteniendo vivo aquel lugar.¿Habrá que pagarle? – supongo- Continúo abriendo ventanas. Todo está limpio y cuidado, como esperándome. Entro en la cocina. La nevera funciona, hay comida y bebida. Escucho pasos y me sobresalto. - No se asuste señorita, soy yo, Manuela. ¿Usted es Naia, verdad? - Sí - ¿Y usted? - Soy la vecina, vivo a un kilómetro de aquí. Cuidaba de sus abuelos y al morir ellos, Antonio, su padre, quiso que siguiera cuidando el cortijo. Cuando empezó su enfermedad, vino un día y me dio instrucciones, sabía que cuando el…..Bueno, no le he dado el pésame. Siento mucho su pérdida. Adoraba la casa y quería que todo estuviese perfecto cuando usted viniera. - Muchas gracias - ¿Va a vender la casa, verdad? Debería antes conocerla a fondo. Aquí están sus raíces y los recuerdos de la niñez de su padre, juguetes, fotos… - Manuela, ¿hay fotos de mi padre niño? - Sí. Está todo en la sala alta, en el dormitorio de sus abuelos y la habitación de enfrente que era el dormitorio de Antonio. Allí está todo tal y como su abuela lo guardó siempre. Manuela se marchó no sin repetirme cien veces que la llamase para cualquier cosa. Ella estaría pendiente. Subí la escalera y recorrí la casa. Es bonita, amplia y acogedora. Me asomé a la ventana de la cámara. Ésta daba a la parte de atrás. La vista es impresionante, transmite paz. Respiré hondo llenándome los pulmones de aquel aire puro que me relajaba profundamente. Montañas al fondo, parecían nacer unas de otras, como una deformación hermosa que con sus grandes y abultadas protuberancias formaban un paisaje silencioso y esperanzador, lejos de los ruidos y el ajetreo de la ciudad. Paseé por los alrededores descubriendo rincones, plantas, aromas y sonidos nuevos. La mañana pasé plácidamente, disfrutando de la paz y la soledad deliciosa que todo aquello me proporcionaba. Tenía apetito y decidí comer algo sentada en la chimenea, que Manuela había dejado encendida. Caí en la cuenta que que todavía no había visitado la habitación de mi padre. Había sido muy duro perderlo de esa manera tan terrible, viendo como se consumía, tan alto, tan esbelto como era, se había quedado pequeño. Perdió su hermoso pelo negro y el color sonrosado de las mejillas. Grandes ojeras habían ensombrecido durante mucho tiempo sus lindos ojos color miel. Al final de la enfermedad se quedó ciego. Fue terrible. Por otra parte, eso le ahorró el terror de ver su imagen, tan cuidada siempre y tan bella, al grado de deterioro que pudo llegar. Él, tan presumido, no hubiese soportado mirarse al espejo en aquel estado. Las lágrimas inundaron mis ojos y tuve conciencia en ese momento de cuanto le iba a echar de menos y lo sola que me ha dejado. Me puse de pie de un impulso y subí corriendo la escalera. Abrí la puerta y entré en la alcoba. Un retrato grande llamó mi atención: mis abuelos muy jóvenes posaban junto a un macetero, la abuela sentada con un niño gordísimo de la mano y el abuelo de pie, con una mano sobre el hombro de ella y otra en el brazo del niño. Ese niño debería ser papá, ¡pero bueno! Abrí de par en par la ventana y sí, efectivamente, eran los rasgos de papá, pero… si él siempre fue muy delgado, no tuvo ni siquiera la típica barriguita que tenían todos los padres de mis amigas. Mi padre siempre lucía guapo, esbelto e inmaculadamente peinado. Vestido muy moderno, elegante. Cuando iba a recogerme al colegio, yo siempre presumía de él. Incluso en el Instituto me cogía de su brazo orgullosa, era como un Dios. Rompí desesperada en llanto. ¿Qué iba a hacer sin él? Había sido todo en mi vida: amigo, maestro, consejero, líder, caballero, padre, hermano, amor, orgullo. Mamá, con sus celos enfermizos, decía que era excesivo el amor que nos teníamos. A veces, creo que tenía celos hasta de mí. Estaba muy enamorada de él, pero los celos no la dejaban vivir. Lo cierto es que tenía motivos. En una ocasión se puso enferma en el trabajo y al llegar a casa, cuando abrió la puerta del piso, sintió jadeos y allí estaba su marido haciendo el amor, encima de la lavadora. Pobrecita, le dió un ataque de nervios y hasta se desmayó. Tenía locura por él y le perdonó una vez más. No había sido la primera y tampoco sería la última. Pero mientras vivió, lo hizo en su infierno particular, perdonando siempre. Jamás tuvo valor para afrontar sus infidelidades y abandonarlo. Siguió a su lado. Él la mimaba tratándola con mucho cariño, ella se hacía miel con sus caricias y olvidaba una y otra vez. Su gran error fue buscar refugio en el alcohol. Al final éste paso factura, como era de esperar. Nos dejó joven todavía. Mi padre la lloró bastante, la quería y mucho, pero a su manera. Continué examinando la habitación. Una cama pequeña de forja, un cuadro de la Virgen, sobre la mesita de noche, un portafotos donde había un niño de primera comunión. La foto amarillenta refleja unos rasgos muy familiares y muy queridos, pero como… si hubiesen inflado la cara que yo conocía. En un rincón un caballito balancín que parecía muy nuevo, como si no se hubiese usado nunca. El arca oscura y grande, en el otro extremo, tenía la llave puesta. La abrí y empecé a sacar ropa, pantalones, camisas, jerséis de muchos tamaños, tallas de un mozalbete hasta llegar a las diminutas prendas de un bebe. En el fondo, tapadas con una manta de cuadros marrones, dos cajas de cartón estaban cerradas y pegadas con unos precintos hechos con tiras de muselina blanca y goma. Estaba helada, cogí las cajas, bajé la escalera buscando el calor de la chimenea. Sentada en una chillona mecedora calenté mis manos acercándolas a las brasas mientras miraba las cajas de cartón que había soltado en el suelo, una sobre otra. No sé cuánto tiempo estuve así. Había lagunas y algo misterioso en todo lo que concernía a mi padre. Nunca quise pensar en ello y algo me decía que dentro de aquellas cajas estaba la respuesta. Busqué unas tijeras en la cocina y volví junto a la chimenea decidida a ver de una vez que había escondido en el fondo de las viejas cajas. Me costó abrirlas. La abuela no quiso destruirlas pero sí parecía que quería esconderlas bien para que nadie pudiese ver que contenían. Aquello parecía no tener sentido: pañuelos de seda, braguitas de encaje, muñecas, muñecas de trapo. Parecían estar hechas seguramente por la abuela. Había varias, unas más pequeñas y otras un poco más grandes, todas perfectamente vestidas con lazos, encajes y vaporosos vestidos, aunque un poco apolillados, se adivinaban cuidadosamente hechos por una mano femenina. La más bonita (aunque muy amarillenta parecía la mas vieja) era una linda bailarina de ballet. Su tutú y las zapatillas de seda debieron ser blancos en otro tiempo, pero no les afeaba el color rancio y sepia que habían cogido a través de los años. En la otra caja encontré postales de mujeres hermosas, con velos, plumas y sombreros grandes y llamativos. Hojas de papel roído y amarillento contenían dibujos hechos por una mano infantil, parecían fantasías, diseños de una niña delicada y sensible, tan femeninos y pastelosos que rozaban la cursilería. En el fondo dos paquetes de cartas cuidadosamente empaquetadas y atadas con una cinta azul. Deshice la lazada disponiéndome a leer, suponiendo sería ésta la correspondencia que papá sostuvo con la abuela a lo largo de los años. CARTAS A MAMÁ Cogí la carta que estaba arriba, para descubrir enseguida que ésta no había pasado por Correos. El sobre amarillento (como todo lo demás) no tenía escrito más que una palabra: MAMÁ . La solapa del sobre estaba despegada. Dentro, una cuartilla cuidadosamente doblada. Comencé a leer. 20 de Diciembre de 1948 Mi querida mamá: ¡Que bueno!, ya se leer y escribir gracias a su infinita paciencia, con solo ocho años, sin apenas haber tenido maestro, puedo disfrutar de la delicia de los libros, el mundo maravilloso que ellos me muestran y que existe fuera de este nuestro paraíso particular. Esta mañana usted me pidió que la tarea de hoy consistiría en escribir una carta para los Reyes Magos. No sé cómo podría hacérsela llegar, por ello he pensado dirigirla a usted, que seguro sabrá como hacer para que llegue a su destino. Señores Reyes Magos de Oriente: no sé la opinión que sus Majestades tendrán de mi comportamiento. Supongo que si lo hice bien podrán consentirme un poco y traerme el regalo que yo deseo. Hace unos días leí el cuento del Soldadito de Plomo. Me gustaría tener un tutú como la bailarina y unas zapatillas de satén blanco, pero como soy un niño gordito, seguro que no me quedaría bien el traje de la bailarina. Podría ser una buena idea que traigan también una muñeca para que yo pueda vestirla con el traje y soñar que baila igual de suave y elegante que un cisne. Me despido de ustedes con un beso y la promesa de ser bueno y no enfadar a papá. Antonio La lectura de esta carta despertó aún más mi curiosidad. La coloqué dentro del sobre y me dispuse a leer la siguiente. 15 de Enero de 1949 Mamaíta: No se sorprenda porque le escriba una carta aunque no me lo haya incluido en la tarea. Hoy quiero proponerle un juego. Me hizo una buena gestión con la carta de los Reyes Magos y si usted me lo permite me gustaría hacer como si todos los días fuesen Reyes. Cuando yo tenga un sueño, un deseo o una ilusión, contárselo escribiéndole. Siempre es más fácil, pues cuando usted lea algo que no le guste yo no veré su gesto desaprobándolo. En cambio, usted cuando lo haya leído varias veces, lo entenderá mejor y podrá ayudarme a hacer realidad algunos sueños. Quiero que le dé las gracias a los Reyes por mis regalos. El sable y el caballo supongo lo habrá pedido mi padre. Le prometo, mamá, que él no me verá nunca jugar con mi bailarina. Es preciosa. Sólo la saco del arca cuando él no está en casa. Le quiero, madre. Antonio 30 de Mayo de 1949 Buenas noches mamá: Le queda poca torcía a mi candil, espero que aguante hasta que termine mi carta. Hoy fue un día muy poco común. Madrugamos mucho y salimos hacia el pueblo temprano, apenas había luz del día, pero llegamos a tiempo a la iglesia. Papá iba impecable con su traje gris, nunca le había visto así de bien vestido y usted estaba muy guapa con su vestido azul marino y los zapatos de tacón (son preciosos). Yo iba impecable con mi traje blanco de almirante. Lo mejor de todo eran los galones dorados. Parecía un rey, me sentía guapo y orgulloso. Cuando los primeros rayos del sol hicieron brillar los adornos de mi chaqueta, me sentí realmente feliz. Pero entramos a la iglesia y cuando vi a las niñas con sus trajes blancos y vaporosos, con el pelo anillado en tirabuzones y los velos de tul blanco adornándoles el rostro, perdió mi traje todo el interés, se oscureció el brillo y me vi basto, gordo y feo. ¡No quiero estar gordo, mamá! Cuando sea mayor iré a que un médico me opere y me corte carne. Quiero ser esbelto y ponerme faldas vaporosas, encajes, velos y tirabuzones, igual que las chicas que había hoy en la iglesia. Se acaba la luz y tengo sueño .Hasta mañana mami. Antonio Se iba haciendo la luz, a medida que leía aquellas cartas, descubría las tinieblas que siempre hubo en torno a la figura de mi padre. Las cartas de papá niño sumaban veinticinco o treinta, y en todas ellas pedía a su madre muñecas, faldas, braguitas de encajes y cosas parecidas, como si mi abuela con esas prendas banales pudiese cambiar lo que en realidad contaba, que era su alma de mujer, cautiva en aquel cuerpecito rechoncho de pequeño hombre. Hacía rato ya que era de noche, estaba agotada y tomé un vaso de leche caliente con galletas. Me fuí a dormir. Había sido un día demasiado fuerte y extraño. A pesar de todo, dormí mucho y muy tranquila. La paz de aquel lugar me hacía sentirme en casa, como si hubiese vuelto después de mucho tiempo. Me despertó la luz del sol sobre mi cama. Después de una ducha el olor del café me llevó hasta la cocina. - Buenos días, Manuela - ¿Descansó usted bien, señorita? - Estupendamente. Es como si no hubiese dormido nunca tanto. Hay tanta paz aquí. Voy a dar un paseo por el campo. - Abríguese, que aunque el cielo está limpio de nubes, ha caído una fuerte helada y estamos bajo cero. Anduve por el campo durante horas repasando mentalmente todo lo acontecido el día anterior. A la vuelta me senté de nuevo en la mecedora y continué con la lectura de las cartas. Málaga 10 de Julio de 1960 Queridos Padres: Espero estén más tranquilos. Conociendo el carácter de usted, papá, no me cogió de improviso su reacción al verme. Pero usted, madre, sí que me sorprendió, ya que siempre supo que yo odiaba ser gordo. Por supuesto, no me he cortado carne, ni mucho menos estoy enfermo. Símplemente hice una buena dieta y mucho ejercicio. Mis ropas van de acuerdo con la nueva moda, los sesenta será una década que pasará a la historia por el giro que esta dando la sociedad. La juventud ya no es como la de antes. Los tiempos han cambiando y espero que poco a poco ustedes lo puedan entender. No estoy seguro que padre lea esta carta, pero dígale si no lo hace, que gordo o flaco, vestido de una manera u otra, yo siempre seré su hijo y les amaré sobre todas las cosas. Quiero ser feliz e ir de acuerdo con mis ideas y mi forma de sentir, pero ello no será a costa de su infelicidad, para poder serles fiel, sé que tendré que sacrificar muchas cosas y hacer otras que irán en contra de mi naturaleza. Intentaré hacerlo de la mejor manera para que nadie salga demasiado perjudicado, ni ustedes ni yo. Les quiere siempre: Antonio Estaba claro que mi padre y mi abuelo no se entendían y en las cartas que seguían a ésta lo dejaban bien claro. El abuelo se avergonzaba de la forma de vivir de su hijo y por ello le visitaba en la ciudad, y papá se dejaba ver poco por el campo. Las posibles y bastante probables habladurías le tenían alerta, y la forma tan exquisita de vestir de su hijo le parecía poco decente e indecorosa. Papá continuaba con las cartas a su madre. Ella era toda comprensión y amor, por ello él siempre la quiso con locura. Málaga 1 De Septiembre de 1971 Sorpresa mamá: Sé que la noticia que voy a darle hoy será para usted una gran e inesperada sorpresa, para padre en cambio será un respiro y una forma de aceptarme un poco más. He conocido a una muchacha. Se llama Carmen, hemos congeniado muy bien y estamos a gusto juntos. Ella me entiende, igual que usted, y acepta mis inclinaciones sexuales, viéndolas como algo natural y congénito de lo que no puedo desentenderme. Junto a ella veo un campo de posibilidades y esperanzas que me hacen sentirme liberado y a la vez en paz con la sociedad. Es la única persona, además de usted, que me comprende y me acepta tal y como soy. Esta relación va a más y estoy seguro que será el eslabón que de alguna forma me unirá con los dictados de la sociedad y la mentalidad de mi padre, sin dejar de ser yo mismo. Gracias a ella podré tener una vida de acuerdo con lo que me rodea, sin traicionar mis propias convicciones. Espero noticias de ustedes, un abrazo. Antonio Málaga 30 De Septiembre de 1971 Amados padres: Una vez más me pongo delante del papel para comunicarme con ustedes y pedirles algo (como siempre). En mi carta anterior les daba la noticia de que había conocido a Carmen. En ésta, quiero participarles mi deseo de que la conozcan. Por ello me permito la libertad de pedirles que nos inviten a su casa para que sea posible dicho encuentro. Espero su invitación con la ilusión de verles pronto. Su hijo. Antonio Málaga 9 de Abril de 1972 Papá, Mamá: Sé que van a reprocharme que en los últimos tiempos me comunico poco con ustedes. Si sirve de justificación el trabajo y los preparativos de la boda me tienen muy ocupado. Las cosas me van muy bien. Ya me dieron las llaves del piso. “El Palo” es un sitio precioso para vivir. Mi casa está situada en la séptima planta. A mí me encanta. Parece que puedo tocar las estrellas con las manos. Cuando me siento en la terraza tengo la sensación de ser tan libre, que casi puedo volar por encima de los tejados, junto con las gaviotas, surcando la orilla del mar y alcanzando el horizonte, con su vuelo suave y veloz, como la imaginación y el pensamiento, contemplo los árboles y las gentes, que sobre el asfalto parecen hormiguitas. Tengo la fuerte impresión de que me han crecido alas, desde aquí arriba planeo como un águila poderosa y gigante. ¡Me siento libre! Os quiero. Antonio Málaga 12 de Agosto de 1972 Madre mía: Una vez más vuelvo a nuestra correspondencia particular, quiero destapar mi alma y desahogarme con usted. ¿Hermoso verdad? Muy hermoso fue el día de mi boda. Todo el mundo parecía feliz, incluso mi padre sonreía más de lo habitual, aunque de entrada no pareció gustarle mi atuendo (para no variar). La Victoria resplandecía, el día de sol hacia brillar sus viejas piedras y dentro del recinto, junto a su maravillosa ornamentación, flores blancas, llenaban el retablo del altar mayor y el largo pasillo que conducía hasta él. Carmen es feliz. Trato de hacerla sentir una mujer dichosa en su condición de recién casada. Pero ¿y yo? Madre querida, soy como una gota de aceite en un cubo de agua. Me siento perdido y estoy solo, terriblemente solo. Salimos mucho, también bebemos mucho. Embriagados por el alcohol y el deseo de huir de nosotros mismos vamos cayendo a un abismo de parodia y mentira. ¿Por qué? me pregunto cada día. Estoy viviendo una vida que no es la mía, me siento un intruso en toda esta historia y dentro de mi propio cuerpo. Ayúdeme madre, estoy atrapado, la necesito más que nunca. Usted es la única verdad, mi única y real verdad. Antonio Málaga 1 de Octubre de 1972 Querida mamá: Como siempre sus cartas y la sabiduría de sus consejos han tranquilizado mi alma y han dado el fruto esperado. Hoy mi carta es una paloma de esperanza: ¡Carmen está embarazada! El anuncio de la llegada de mi hija (por que estoy seguro será una niña) ha cambiado el rumbo de mi vida. Trato de imaginar su rostro y su cuerpecito pequeño, aunque no consigo ver una imagen concreta, se me llena el corazón de ternura. Sólo de imaginar a ese trozo de mí mismo, puro e inocente, un ángel que llegará a nuestras vidas para marcar metas y llenarlas de ilusiones, una estela de luz, que iluminará los senderos tenebrosos. Una ráfaga de aire fresco para despejar nuestras mentes, un sueño para hacer realidad los sueños, una bendición que encauzará nuestras vidas. Madre, supongo que se pondrá a tejer patucos y vestiditos para mi nueva muñeca, la más hermosa, la mejor que nuca soñé. Le quiero mucho madre. Antonio Continué leyendo cartas de nuevo hasta el anochecer, aunque ya en este punto había comprendido muchas cosas, entre ellas, por qué quería que su tumba estuviese rodeada de rosas blancas y orquídeas color de rosa. |
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