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Anécdotas IES Luis Barahona de Soto

  • Los viejos tiempos

Una vez leí una frase que decía, más o menos, que en el presente nunca tenemos la sensación de ser plenamente felices, y sin embargo sí recordamos haberlo sido cuando miramos al pasado. Quizá nadie lo ha expresado mejor que el poeta Jorge Manrique en sus famosas coplas: “… Cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Yo creo que es así, tal cual. En los viejos tiempos del instituto, mis amigos y yo hablábamos a menudo de las ganas que teníamos de cumplir 18 años, de conocer nuevas cosas, de vivir sin ataduras…; totalmente ajenos a las ataduras y obstáculos que la vida nos reservaba a cada uno en el futuro.
Ahora que escribo estas líneas quisiera reseñar en primer lugar que, justo este mes de mayo de 2011, se cumplen 25 años de aquella promoción 1982-1986 y de su adiós a las aulas del querido Instituto de Bachillerato Luis Barahona de Soto. A finales de mayo y principios de junio de 1986, una vez superados los últimos exámenes, nos despedimos del instituto, tras recoger la nota de la temida Selectividad y antes de embarcarnos en una ilusionante y nueva etapa académica: la Universidad.
Recuerdo con gran nostalgia aquellos últimos meses de clase, las últimas fiestas pro-viaje de estudios, el pase de modelos que hicimos en los pasillos anexos al patio del instituto, los bailes en el patio o en las grandes aulas de la planta baja, las horas detrás de la barra de bar que montábamos en cada fiesta (algunas bastantes grandes, como por ejemplo la fiesta de Carnaval 1986 en el antiguo polideportivo), fiestas en la discoteca J&A, en la Manzana de Adán de Algaidas, etc.
Recuerdo con gran cariño a mis compañeros (y compañeras; cómo ahora se suele decir, con el mayor rigor); los antiguos alumnos de C.O.U. Letras, los vecinos de pasillo de la clase de C.O.U. Ciencias. Recuerdo bien las risas y charlas en los descansos entre clase y clase, los nervios antes de un examen…
Y también recuerdo, con gran nitidez, los primeros días de instituto y… las novatadas.
En realidad, aquellas novatadas no eran más que bromas (alguna más pesada que otra) de los veteranos que, gracias a la vista gorda de la dirección y del profesorado del instituto, se sucedían años tras año. En los tiempos que hoy corren (“políticamente correctos”) estas cosas ya no tienen cabida, como es natural. Los protectores padres de hoy no lo permitiríamos. Acabaríamos en el juzgado o, peor aún, en un medio de comunicación denunciando a los “presuntos agresores”… Como si lo viera.
Para relatar alguna de estas anécdotas me tengo que trasladar al verano de 1982. En plenas vacaciones, yo andaba algo inquieto por lo que se me venía encima. El instituto suponía todo un cambio para un chaval de 14 años. ¿Sería capaz de aprobar primero de B.U.P.? Hay quién decía que el primer curso era el más difícil, y justificaba esa opinión en el gran escalón que separaba el Bachillerato y la E.G.B. Algunos amigos de mi barrio (“El Llano”) me llegaron a aconsejar que lo mejor era matricularse directamente en F.P. (Electricidad, Automoción…) en lugar de “cometer la locura” de ir al instituto y ponerse a estudiar: … Filosofía, Historia del Arte, Literatura, Latín, Griego… Según ellos, todo eso no eran más que chorradas que no servirían para nada a la hora de buscar trabajo… Confieso que me hicieron dudar. Suerte que los padres (en mi caso, mi madre) saben con mayor exactitud qué es lo más conveniente para cada uno de sus hijos.
Pero, sobre todo, por entonces lo que me tenía sobre ascuas era el primer día de Instituto: la jornada de las famosas novatadas. ¡Con lo fácil que hubiera sido no haber ido ese primer día… y punto! Además, los veteranos y futuros compañeros de 2º, 3º y C.O.U., se pasaron todo el verano describiéndonos todo el catálogo de posibles novatadas… Y de camino, a veces, iban practicando con pequeños simulacros. Y si en algún corrillo, alguna tarde de verano, sentados en un banco de "El Paseo", salía a colación el tema; los futuros novatos allí presentes (de sexo masculino) sufrían un ensayo de ”maculillo”, y en el acto podías ver al infeliz de turno agarrado por los brazos y con las piernas abiertas, con la intención de empotrar sus “partes más sensibles”contra el poste de una farola, contra una esquina, un saliente… (¡?). Parece increíble, pero sí.
Pues lo dicho, a sabiendas de que el primer día era sólo un día de novatadas, éramos tan pardillos, que allí fuimos todos de cabeza, como corderos al matadero.
El primer día, nada más llegar a la puerta del instituto, nos esperaba un buen número de veteranos, los más beligerantes, provistos de toda clase de pinturas para colorearnos la cara. Nos despojaron de las zapatillas, con los cordones ataron unas con otras para llevarlas a rastras detrás de nuestra fila, y nos pasearon a todos los novatos cogidos de la mano a lo largo de toda la calle Carrera hasta llegar al Paseo de Los Poyos. Y por el camino iban cantándonos la conocida y machacona cancioncilla: “Qué buenos son los señores veteranos, qué buenos son, que nos llevan de excursión…”.Y al llegar a "Los Poyos": el tradicional “puente de los palos”, algunas zambullidas en la fuente de la calle Pilarejo, recogida de zapatillas empapadas de agua… y fin de fiestas.
Bueno, fin de fiestas no, también estuvimos en el salón de actos del instituto, donde el director y el jefe de estudios, nos dieron la bienvenida, con una indisimulada sonrisa en la boca, ante el espectáculo jocoso de caras pintadas y flequillos chorreantes de yema y clara de huevo… El salón de actos, en tales circunstancias, parecía un congreso de artistas circenses, de payasos, de apocados "clowns" de circo… Memorable.
Durante los días sucesivos hubo nuevas incursiones de los veteranos en las aulas de los de primero pero, poco a poco, todo se fue normalizando y ya pudimos empezar a pensar en las novatadas que gastaríamos nosotros al año siguiente, porque haberlas… también, las hubo, por descontado. Nos desquitamos bien con los alumnos que nos precedieron.
Pero bueno, todo aquello eran bromas que estaban a años luz de algunos episodios de acoso escolar que lamentablemente hoy son triste noticia en Internet y en los medios de comunicación (peleas, vejaciones… grabadas con teléfono móvil para colgarlas en la red, etc.).
Otra anécdota que me viene a la memoria ocurrió cuando ya cursábamos C.O.U. Una compañera consiguió averiguar, no sé exactamente cómo, la pregunta del último examen de Historia del Arte. El examen era por la tarde, a segunda hora. Algunos de nosotros habíamos decidido faltar a primera hora (Latín) y nos fuimos a estudiar al Bar Miguel. Allí estábamos, repasando, cuando de repente llegó la compañera, eufórica por haber conseguido la pregunta del examen en cuestión, una pregunta relacionada con el Renacimiento en Italia, creo recordar. De inmediato, nos pusimos como locos a empollar bien ese tema; pero no contentos con eso decidimos avisar al resto de los compañeros que estaban en clase. Como entonces no había móvil ni nada parecido, llamamos al instituto desde el bar y le dijimos a Amelia, la conserje, que avisara a una amiga (dijimos que era de parte de un familiar y que se trataba de un asunto muy urgente). De manera sorprendente accedió y conseguimos comunicar el mensaje. Sinnembargo,al final no sirvió de nada. El profesor, don Javier, se dio cuenta de lo ocurrido al comprobar que casi todas las mesas tenían anotaciones y chuletillas referentes al tema. Se olió el asunto y anuló el examen, y ya no pudimos repetirlo por falta de días. Nos hizo la media con las notas de que disponía y sanseacabó.
No quisiera parecer un abuelito contando batallitas, o dando a entender que nosotros éramos más ocurrentes o mejores que los estudiantes de hoy. Simplemente somos generaciones separadas por planes de estudio y épocas muy muy diferentes. Un cuarto de siglo después, 25 años más tarde (así parece menos tiempo), la vida y nuestras propias vidas han cambiado mucho. He de confesar que me gusta rememorar cómo éramos entonces. Éramos gente sencilla y alegre; apenas llevábamos unas monedas en el bolsillo y eso no era problema; no teníamos Internet, ni redes sociales, ni iPhone de última generación, ni videoconsolas... Si acaso nos gustaba echar, de vez en cuando, una partidita al “comecocos” del “Miguel” o a los “marcianitos” del Bar Víctor… El tiempo libre y de ocio lo vivíamos en la calle, con los amigos, en la plaza Ochavada con los compañeros del Colegio Menor… o en el paseo, donde te podías tropezar con alguna de “las niñas” de la residencia femenina de la calle Comedias…
Sin duda eran otros tiempos. ¡Qué tiempos! Los viejos tiempos del instituto.

 

 

 

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