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Listado de libros > Cuentos infantiles | Índice de este libro | Instrucciones | Redactar Cuentos infantiles
En un frutero grande y hermoso de porcelana fina decorada con cenefas de flores y frutas variadas, que destacaban sobre un fondo azulado salpicado de suaves nubecillas y coloridos pajarillos en vuelo, había un melocotón de bonitos tonos anaranjados y asalmonados, muy redondo y acabado en punta que conversaba animadamente con un alargado, escuálido y amarillo plátano sobre el interesante tema de describir sus cualidades más destacadas.
Don Plátano decía ser un tipo dulce, apetitoso y muy fácil de pelar y de comer. -- Hasta los niños más pequeños disfrutan conmigo más que con cualquier otra fruta, pues mi piel, que se abre en varias tiras, les sirve para fabricar el cabello de un muñeco pelón o para imitar los pétalos de una flor. Les sirvo para comer y para jugar también. A este argumento respondía Don Melocotón: --No está nada mal, pero a mí me prefieren por mi agradable vistosidad. Y mi olor, ummmmm, qué me dices del perfume que desprendo, si hasta se ponen agua de colonia con este fresco aroma las jovencitas. Además, por dentro soy jugoso y sabroso como el que más. Así que no te des tantos aires, so estirado, y no olvides que tienes mucho peligro, Don Plátano, pues si te tiran al suelo y te pisan, ¡menudo estropicio! ¿ no crees?, je,je,je,je. El señor Plátano de Canarias se había enojado, y estando su orgullo un poco herido por ello, decidió decirle estas palabras al cursilón de Don Melocotón y zanjar la cuestión: -- Vale, de acuerdo, ok…, he de reconocer que la piel de mi cuerpo tiene la peor fama en cuanto a eso de los resbalones; sin embargo, tú no debes olvidar que a más de un chavalín que ha mordisqueado esa piel aterciopelada y suave de otros compañeros, se ha quedado con la boca rasposa y áspera como una alpargata de esparto, o incluso le han producido molestas reacciones alérgicas ¿en, fanfarrón?, y añadió una sonora carcajada mientras Don Melocotón ponía cara de enfado. Cuando las dos frutas cesaron de discutir algo malhumorados, intervino una oronda Doña Sandía de esta manera: --Señores, guarden la compostura y déjense ya de tanta tontería. ¿Es que no ven lo gorda y hermosa que soy yo?. Aquí donde me hallo, una servidora es la favorita del frutero, aunque ni siquiera quepa bien en él… y con gran diferencia, --sentenció con voz aguda y tono altivo y estridente. Y añadió: --Al llegar el verano, todos me buscan deseosos de refrescar sus resecas gargantas. Me ven tan grandota, redondita… con este verde oscuro y brillante tan terso que les llamo la atención. Y entonces se acercan a mí con la intriga de saber si estaré madurita y dulce por dentro… y cuando me abren y contemplan el rojo intenso de mi carne, salpicada de unas favorecedoras pepitas de color negro, sólo desean comerme ‘toíta’, gajo por gajo. Soy el disfrute y el deleite de todos, y los pequeños acaban su postre sentados en el jardín, y juegan a escupir las pipillas con fuerza hasta los parterres. Por eso creo que soy la mejor y la preferida, señores…, modestia a parte. Después de esta perorata de la oronda Doña Sandía, que, por cierto, dejó perplejos y algo acomplejados al Plátano y al Melocotón, la humilde manzanita, un simple pero amarillo, tuvo que intervenir en la conversación ante la insistencia de los dos señores que buscaban una aliada para bajar un poco los humos de la giganta verdirroja. -- Bueno amigos, todos tenéis razón en destacar vuestras cualidades, claro que sí. Sois todos maravillosos, de eso no cabe ninguna duda. Yooooo, buuuu-buu-bueno, a mí, a míii… lo que puedo decir es que me parece, según me contaron mis padres, que hace mucho, en otras épocas donde no había tantas frutas variadas como hoy en día, a nosotros, los peros amarillos, nos comían bastante en todas las casas, y que servimos para hacer pasteles, tartas…¡de todo! En ese instante, asomó por un agujerito del pero la cabeza y parte del cuerpo de un gracioso gusanito que habitaba en su interior, y habló así: --Oye guapa, tú cállate y pasa de estos aburridos, petulantes y engreídos charlatanes. Y que se los coman contentos esos humanos a los que tanto adoran. La verdad es que son muy vistosos y muy sabrosones, mientras que tú, ¡pobre Doña Manzana!, no llamas tanto la atención. Sin embargo, ellos saben, al igual que los humanos, que su sabor no es el que era antaño. Que no están tan ricos por culpa de tantos pesticidas como les echan en los invernaderos o en los campos donde crecen y cortan casi sin haber madurado lo suficiente para llevarlos a los comercios. El gusanito, que resultó estar muy informado de lo que pasa en el mundo de las frutas y hortalizas, y ser un filósofo que estudiaba la vida desde el interior de la manzana, continuó explicando: --Yo prefiero a esta reineta que crece en una huerta, en su árbol, natural, sin productos químicos. El dueño las coge para comer o vender cuando están maduras, mientras deja que los otros seres nos alimentemos también, que tenemos derecho. Si los humanos hicieran eso con todas las frutas, hortalizas y otros alimentos, nosotros seríamos más sabrosos, sanos y felices, y ellos también. Y es que no van por buen camino con tanta química, tanta prisa y tanta producción masiva. – Sentenció el sabio gusanito, y añadió, para no dejar a los habitantes del frutero preocupados y tristones, pues era guasón y chulapo: --Yo, en realidad, lo que quiero es comerme solito a mi amada manzanita, despacio, para que dure muuucho tiempo. Por eso no quiero compartirla con los hombres. Tras este discurso del señor gusano, todos los moradores del frutero comprendieron que el ‘intruso’ tenía razón, que les había dicho la verdad y les había abierto los ojos a la realidad. Al momento sintieron que habían sido muy soberbios y entendieron que era más valioso para ellos mismos y para la armonía del precioso entorno de porcelana que les acogía, ser algo más parecidos a ese pero amarillo. Entonces comenzaron a bromear y rieron, saltaron y palmearon de buena gana, intentando saborear la vida antes de que les saborearan a ellos. Estaban felices y muy animados cuando, de pronto, callaron al oír pasos de alguien que se acercaba a la cocina… Observaron que se trataba de una de las niñas de la familia que vivía en aquel hogar. Era la pequeña, traviesa, aunque dulce y bondadosa Estíbaliz, que se dirigía al frutero. Se paró delante de las frutas y, tras mirar unos segundos, se decidió finalmente por coger a la que ese día estaba siendo objeto de todas las atenciones. La sacó de su interior y se dirigió hasta el fregadero, donde la puso bajo un chorro de agua que salía con vigor del grifo. Luego la frotó levemente con un trapo limpio para secarla y sin más tardanza la acercó para morderla. Y entonces, sucedió que vio que de un minúsculo agujero, salía un gusanito que se balanceaba con gracejo, como si bailara una danza para ella o se contorsionara de modo amenazante. Estíbaliz se asustó, dio un sonoro chillido y varios pasos hacia atrás a la vez que lanzaba a Doña Manzana por los aires e intentaba sujetarse a algo para no caer. De ese modo, y sin poder evitarlo, dio un manotazo al frutero que acabó aterrizando contra el piso, donde se hizo añicos, mientras el trasero de Estíbaliz era la primera zona de su cuerpo que chocaba contra el duro suelo. Doña Sandía se había reventado y su pulpa roja y las pepitas negras se extendían por las baldosas. Don melocotón se perdió rodando debajo de un mueble, y Don Plátano acabo siendo pisoteado por Carmela, la madre de Estíbaliz, que acudió alarmada por el estruendo y los gritos de su hija. Finalmente, llegó Antonio, el padre de la criatura causante de tal estropicio, que remató la faena al resbalar con la piel del “señorito canario”. Así que, sólo la humilde manzanita, con su gusanito dentro, quedó a salvo, porque tras su efímero vuelo, fue a parar, al salir a través de la ventana abierta de la cocina, a un jardincito cercado por arriates. Y allí se quedó mientras el ciclo natural de la vida le daba el tiempo que necesitaba. |
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