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Listado de libros > Relatos Cortos | Índice de este libro | Instrucciones | Redactar Relatos Cortos
Capítulo I
Carmela del Bosque paseaba junto a Elisa, su hija, y Joel Cycely, su marido, por la avenida Pablo Picasso, principal arteria del casco antiguo de Concordia Park, y, en silencio, contemplaban las hileras de altas casas y esbeltos edificios que conservaban las fachadas restauradas de antiguas villas señoriales, que albergaban hoy las viviendas de las personas más influyentes y acomodadas de la ciudad. Tenían el ‘privilegio’ de trabajar en los complejos comerciales, hospitalarios y residenciales que se extendían sobre la zona de ampliación del milenario enclave, en la llanura de la que fuera una fértil vega que ofreció sus mejores productos a generaciones enteras de concordanos. Y al fondo, sobresaliendo majestuosa por encima de los rascacielos, se recortaba cada atardecer, desde la noche de los tiempos, la bella e impresionante silueta de la Peña de la Mujer Dormida, pues recordaba el perfil de la cabellera, el rostro, la curva del seno y el torso de una muchacha tumbada. Las calles del hermoso municipio de principios del siglo XXI, escalonadas y adoquinadas muchas de ellas, eran, hoy, en el siglo XXII, anchas avenidas de suaves pendientes. Todas ellas estaban adosadas a las tradicionales calzadas por donde circulaban los vehículos eléctricos; y a las aceras, espacios por los que muy pocos caminaban. Tanto la extensa y moderna Vega como el casco antiguo de la ciudad, habían sido cubiertos por estructuras de altas mamparas de cristal, acero y aluminio para aislar el recinto de las inclemencias del tiempo. La zona moderna de Concordia Park, que se había desarrollado a lo largo del siglo XXI, era ahora una abigarrada y ordenada confusión de construcciones que emulaban la arquitectura de las grandes y más modernas urbes del viejo continente. Concordia Park se había convertido en una de las metrópolis mejor dotadas del sur de Europa. Lejos quedaba aquel pueblo de unos quince mil habitantes que basaba su economía en el sector agrario. Capítulo II En el año 2110, Elisa visitaba, junto a sus padres y por primera vez, la ciudad de donde eran sus ancestros por parte materna. Carmela, su madre, era una concordana de nacimiento perteneciente a la última generación de una familia que vivió allí durante siglos y que, apenas, ella misma recordaba, pues sus padres abandonaron la localidad cuando ella y sus hermanos eran pequeños. Llevaban más de un año residiendo en la cercana capital, Flavia Malaca, y el día 21 de marzo, jornada primaveral y luminosa, llegaron a Concordia Park. La transformación de Concordia, antes de que se le añadiera el ridículo Park, en inglés, se inició con la construcción de varios campos solares y algunos parques eólicos. También se había levantado una central de biomasa, que al igual que los otros sistemas, producía electricidad, cada vez más demandada. Aquella lejana central, curiosamente, había sido objeto de un gran rechazo por parte de los concordanos de la época, pues no la consideraban ni útil ni rentable y creían, además, que contaminaría su límpido aire. Años atrás, en el 2014, habían levantado un centro penitenciario en las afueras de la ciudad de grandes dimensiones que fue alterando el cansino y pausado ritmo de unas gentes que vivían del olivo. Para mediados de siglo, los alrededores se fueron cuajando de invernaderos y los polígonos industriales crecieron sin cesar ante las demandas que generaban los nuevos residentes, que, en varios lustros, habían logrado incrementar considerablemente el censo poblacional de la localidad. Capítulo III La población española envejecía a pasos agigantados al no haber relevo generacional; ya que las mujeres seguían teniendo que renunciar a tener hijos para poder trabajar fuera de casa, porque los hombres seguían muy reacios a asumir esa igualdad que las fuerzas sociales y políticas pretendían inculcar incluso creando leyes, que, no se sabe muy bien las causas, nunca fueron demasiado eficaces. Para las mujeres de clase media, ser madre era visto como una especie de privilegio, sólo al alcance de las más ricas que podían dedicar el tiempo y los cuidados necesarios a sus vástagos, además de garantizarles el acceso a una serie de recursos a los que las otras no podían acceder, como procurarles una enseñanza de calidad y pública o una sanidad de idénticas características. Se había llegado a considerar el aborto como un derecho de la mujer, por lo que eran muchas las que utilizaban esta práctica como si se tratase de un método anticonceptivo más, con objeto de no ver alterada su forma de vida y para que no empeorase, porque la progresiva caída del llamado Sistema de Bienestar por las continuas crisis provocadas por los próceres de un capitalismo decadente pero voraz, de los gurús de la especulación financiera y la imposición a los Estados de las reglas carentes de ética del sacrosanto Libre Mercado, empobrecieron brutalmente a los millones de europeos que habían vivido durante décadas en una burbuja de confort que acabó estallándoles en la cara, sin que pudieran hacer nada para evitarlo, porque de poco sirvieron todas las movilizaciones ciudadanas, unas pacíficas y otras violentas, que emprendieron para derrocar a un sistema que cada día les amargaba más sus días. Hasta que llegó la catástrofe mundial que sumió en las tinieblas a la humanidad durante tres terribles años. Los mayores eran los que mejor vivían mientras la juventud y la mediana edad mundial languidecía. La codicia, la falta de ética, la corrupción y el escaso respeto por los derechos humanos, se fueron extendiendo por todo el orbe como una oscura mancha de aceite. El planeta había decretado la muerte de sus dioses para lanzarse a los brazos del demiurgo y el nihilismo. Sin embargo, a una población mayoritariamente compuesta por personas mayores, escépticas, de vuelta de todo y cansadas, parecía que nada de esto les preocupaba. Muy al contrario, se veían deseosos de disfrutar con avidez de los privilegios que les ofrecía su tan merecida jubilación en sus años dorados, y el paraíso para tal fin estaba en las tierras del sur de la curtida piel de toro. Así se fue creando una infraestructura pensada y diseñada para acoger a estas gentes en lugares tranquilos pero cercanos a las costas mediterráneas de un mar que apenas albergaba vida ya, debido al gran aumento de su acidez alterado por la contaminación humana. El buen tiempo, pues sólo llovía cuando se provocaban tormentas artificiales en los centros climáticos de cada región, y la hospitalidad entrenada de sus habitantes, eran las claves para reunir en dichas zonas a los jubilados de la gran Unión de los Pueblos de Europa (UPE). Y Concordia era una de las mejores candidatas por hallarse en el centro de Andalucía. En ello se afanaron los grupos políticos, que no dudaron en favorecer los intereses de los propietarios de grandes extensiones de tierras de cultivo que todavía perduraban a mediados del siglo pasado, con nuevas leyes para que en sus suelos se pudieran construir todo tipo de edificios, mientras las grandes multinacionales tomaban el relevo del cultivo intensivo en tierras africanas. Así, la veterana Concordia, acabó añadiendo ese vulgar Park a su nombre, que, poco a poco, la iría despojando de su esencia histórica para convertirla en una aglomeración artificial de edificios y personas destinados a prestar ciertos servicios. Lo mismo que era la antigua City de Londres. De todo esto hablaban los padres de Elisa y sus amigos mientras almorzaban en la recoleta intimidad de un bello rincón que seguía funcionando como bar-restaurante, llamado El Carbón, tras haber admirado y fotografiado una vez más la hermosa Plaza de la Concordia, que no había cambiado nada desde hacía tres siglos. Al caer la tarde subieron a pie la lejana “Cuesta del Cerro ”, vía que conducía hasta una pequeña ermita situada en lo más elevado de un monte donde se encontraba un lienzo que contenía la imagen de la patrona de Concordia, una mujer a la que se había considerado virgen y al mismo tiempo madre del Dios de los cristianos: Jesucristo. Se trataba de la Virgen María amamantando a su hijo, y por eso se vino en llamar a la señora de Concordia como la Virgen de la Leche. Aún en el siglo XXII existía una pequeña comunidad ultracatólica que la veneraba, cosa muy singular en un tiempo en que las grandes religiones monoteístas habían sucumbido y hoy se hallaban al borde de la desaparición tras la profunda transformación experimentada por los habitantes de un mundo que no otorgaban concesión alguna a las cuestiones de fe o creencias mientras todos los esfuerzos se centraban en conocerse a ellos mismos y sus capacidades tanto desde el punto de vista de la inteligencia como del de las emociones. Pero los monumentos se conservaban, se restauraban y seguían siendo visitados por miles de turistas, y aquel templo había recuperado su viejo esplendor al ser remozado hacía treinta años. Durante más de medio siglo habían permanecido cubiertas por una gruesa capa de yeso las bellas columnas de la nave central para evitar que siguieran deteriorándose, y sobre todo, para crear una estética de blanco inmaculado que predominó en el templo desde finales del siglo XX. Ahora lucían tal como eran. También volvieron a colocar unas vidrieras que habían sido sustituidas por celosías de madera, que, de nuevo, inundaron el interior del santuario de una cálida gama de haces de luz coloreados. Además, la cúpula cercana al altar, compuesta por exuberantes relieves frutales y cabezas de leones, había sido restaurada por un pariente de Carmela, rescatándola de este modo de aquella blancura del olvido. Carmela del Bosque les contó que el artista que restauró el recinto, su primo Andrés Federico, era nieto del hermano de su abuelo, a la sazón, Manuel del Bosque Córdoba, del cual había heredado sus cualidades, pues también había sido pintor, escultor y restaurador. Aquel legendario Manuel, según contaban las crónicas familiares, había sufrido en sus carnes la intolerancia de unos cuantos fanáticos de la época, persistentes fantasmas de una etapa dictatorial llamada Franquismo que había durado cuarenta años. Y hacia finales del siglo XX y principios del XXI, se obstinaban en mantener en un segundo eterno plano cualquier manifestación plástica o artística que hiciera distraer al feligrés de su ensimismada mirada fija en la imagen de la Virgen de la Leche. Por eso al abuelo de Andrés Federico le prohibieron retirar aquella fina capa de yeso blanco que cubría los relieves de la cúpula; hasta que él logro lo que parecía imposible en 2105, ya en el siglo XXII, consiguiendo que ahora todos los visitantes pudieran contemplar aquel estallido de color que formaban las frutas, las cabezas de león y las plantas que todo lo envolvían. Tras recorrer los lugares más emblemáticos y característicos de la vieja Concordia, Carmela continuó desgranando retazos de la larga historia de aquella remota tierra de la que pocas veces les había hablado a sus familiares. Les recordó lo que ellos ya sabían por haberlo visto en libros, reportajes o películas. Poseían información de la ciudad y su pasado, pero nunca hasta ese día habían palpado otra realidad que no fuese la virtual. Se maravillaron de entrar en aquellos vetustas iglesias y en las ostentosas casas de hermandad de aquellas cofradías que recogían en sus museos los enseres y todo el legado de la que fuera una de las festividades más importantes, la Semana Santa, en la que se recordaba la “Pasión y Muerte” de Jesucristo, personaje al que millones de personas en el mundo han considerado durante más de dos mil años como Dios y en torno al cual se erigió el grandioso poder de la ya casi desaparecida Iglesia católica. --Hoy, Concordia Park ya es otra cosa, dijo Carmela. Todo esto representa su pasado. ¿Entendieron los concordanos que podían sobrevivir gracias a su capacidad de adaptación a los requerimientos de esta vieja y decadente Europa? Quizá sí fueron capaces de ver que atrás quedarían los tiempos en que la juventud había sido la edad más ensalzada por los poetas y publicistas. --Claro, añadió Joel: Desde hace cincuenta años España es el epicentro de una sociedad gerontocrática, y aquí todos los que se quedaron se han formado y dedicado profesionalmente a satisfacer las demandas de este colectivo social. Es una pena que casi no tengamos ya hijos y que todo gire alrededor de los ancianos. Hemos pasado de tenerlos relegados a un segundo plano a convertirlos en lo principal, descuidando peligrosamente el bienestar de las personas más jóvenes por el sólo hecho de no estar en condiciones de aportar suficientes recursos económicos al entramado socioeconómico para que éste le garantice nada. En el reino animal, solo los más fuertes y mejor dotados sobreviven, lo que deja fuera, en situaciones extremas, a los no adultos, a los demasiado viejos y a los discapacitados. Y éstos, los ancianos que han tenido tiempo de blindarse reuniendo dinero toda su vida para no ser devorados o abandonados a su suerte, aquí están tan tranquilos, ajenos a todo, porque a ellos no les ha afectado con la misma crudeza el salvaje y decadente clima de las últimas décadas. Callaron y miraron a una pareja de setentones que jugaban al golf, charlaban y sonreían joviales aparentando veinte años menos de los que tenían gracias a la cirugía estética. Capítulo IV Elisa Cycely del Bosque, de quince años de edad, pensaba que los jóvenes como ella lo tenían todo muy negro y muy crudo en Europa, en América o en Asia. Que podían haberse unido bajo las mismas políticas todos los estados y haber creado la rimbombante Unión Democrática Terrestre (UDT) pero que todo era un engaño descomunal. Sabía que ella y sus padres tenían mucha suerte porque en su añorada Austerlich todo funcionaba bien. Se sintió inquieta al ver que hacía doce meses que ella y su madre habían dejado su patria para reunirse con su padre en Flavia Malaca. Asterlich era un estado independiente, libre y democrático que se había desmarcado de la UDT y al que sólo habían podido ir a vivir unos pocos millones de personas procedentes de todo el globo. Entonces eran despreciados y considerados una especie de locos, ridículos e iluminados por un idealismo utópico que mezclaba el humanismo, con el cientificismo, el ecologismo el keynesianismo, el marxismo y no se sabe cuántos –ismos más. Lo lograron sus abuelos paternos. Su madre había conocido a su padre en una de las visitas de éste a Flavia Malaca, cuando viajó con el grupo de médicos genetistas de Asterlich hasta la ciudad sureña de la UPE, requeridos por las autoridades políticas para que colaboraran en un proyecto médico-científico destinado a investigar varias de las enfermedades más graves que afectaban a la población, como el cáncer o las alergias mutantes de millones de afectados por la sensibilidad química múltiple. Observaron que los ancianos les miraban como si fuesen seres extraños. Al poco tiempo de venir a vivir a Flavia Malaca,- un siglo antes llamada Málaga, bautizada así al ser reconstruida algunos kilómetros al interior, cerca de su emplazamiento original, a causa de la subida en varios metros del nivel del mar por el deshielo de los casquetes polares por culpa del calentamiento global- se enteraron de que, los jóvenes, a los que se suponía fuertes y sanos, en un mundo donde las enfermedades y alergias proliferaban, eran la mercancía más preciada por los traficantes de hombres que habían levantado un nuevo mercado de esclavos. Servían para realizar todo tipo de trabajos duros y peligrosos al margen de la ley mientras enriquecían a quienes les obligaban. Supieron que la prostitución, en cambio, se consideraba una profesión más porque se concluyó que moralmente no era algo indigno que una persona hiciera uso comercial de su propio cuerpo del modo que quisiera, sin que se admitiera consideración sobre las causas que le llevarían a ello, como la extrema pobreza, la adicción a drogas o ser obligada por mafias; e incluso había grupos políticos que pretendían legalizar la pederastia de manera que los adultos que quisieran mantener relaciones sexuales con menores, tuviesen la puerta de la ley abierta para hacerlo siempre y cuando garantizaran a los padres o tutores de éstos que a cambio de ello les proporcionarían una vida sin carencias , ya que las desigualdades en todo el planeta, las diferencias entre ricos y pobres se habían agudizado tanto, que más de cinco mil millones de seres sobrevivían en condiciones cada vez más precarias y estaban dispuestos incluso a vender a sus hijos, prostituirlos o entregarlos a pervertidos sexuales a cambio de dinero o la promesa de escapar de la adversidad. Elisa reflexionaba sobre estas cosas y deseaba poder volver cuanto antes a Asterlich. Quería dejar Flavia Malaca y terminar pronto la visita a Concordia Park, lugar del cual procedían su madre y sus abuelos maternos. Subieron todos a un tranvía que les dejó en el centro de la Vega. Descendieron a una cinta deslizante que los condujo hasta uno de los centros de ocio. Observó que, a su paso, algunos la miraban de reojo o, con descaro, volvían la cabeza para escrutarla. Su padre la vio algo turbada y la miró con cariño mientras sonreía; y le preguntó --¿sabes porqué te miran así?, pues porque para estos vejestorios eres un bicho raro. Los únicos jóvenes que ven son los empleados de las tiendas y algunos cuidadores, hijos de estas últimas generaciones de africanos y latinos que todavía seguían teniendo varios hijos en estas tres últimas décadas. Creo que tu presencia les recuerda que están lejos de la infancia, que han perdido la inocencia que tú posees y que viven en un gran tinglado montado para hacerles olvidar lo efímero de la vida y lo cerca que están de la muerte. -- Papá, dijo Elisa: me gustaría que nos fuésemos cuanto antes. He visto en Flavia Malaca y en otras ciudades europeas que cada día hay más pobreza, más violencia y más sufrimiento. Los niños y los jóvenes están siendo cada vez peor tratados ¿Por qué estos ancianos están al margen de todo? ¿Es que no pueden o no quieren hacer nada para ayudar? ¿Y qué ocurre con los concordanos? ¿Solamente en Austerlich estamos a salvo? ¿La gente ya no sabe lo que es la cooperación, la solidaridad, el respeto…, ni nada? Ahora quien se hallaba desasosegado era Joel por las turbadoras palabras de su hija. Quizá se había equivocado Carmela al llevar a la hija al pueblo de sus ancestros, cuando ya no era lo que fue y cuando ella provenía de un lugar donde estas desigualdades no existían, y debía haber calculado que podía ser muy duro para su joven sensibilidad. Joel, sin embargo, no pudo evitar pensar que por mucho que queramos proteger a nuestros hijos de todos los peligros y las desgracias, es muy difícil, porque también éstas recaen sobre los justos y hay que estar prevenidos. La madre, que se había quedado rezagada para despedir a los amigos, no había oído la conversación; pero cuando se acercó a ellos, por la cara de turbación de la niña y la seriedad del rostro armonioso del hombre que tanto amaba, comprendió que aquella visita debía concluir cuanto antes. Les propuso que debían hacer algo muy importante que recordarían para siempre antes de dejar Concordia Park. Salieron de uno de los centros comerciales y enfilaron la avenida de las Edades del Hombre que desembocaba en la rotonda de Fuente Esperanza, donde se había construido una preciosa zona ajardinada que rodeaba el monumento a la Paz, levantado después de la III Guerra Planetaria. Y presidiendo la pendiente de calle Nueva, se alzaba el edificio más alto y espectacular, lleno de oficinas, consultas médicas, gestorías, asesorías y algunos restaurantes que se asomaban, desde sus inmensas vidrieras, al paisaje urbano. En lo más alto, se había instalado un observatorio astrológico con telescopios y otros instrumentos ópticos y un cine holográfico. Mientras se dirigían al Grial de las Estrellas, que así se llamaba la torre, Carmela pensaba que si bien Asterlich era un refugio a donde, por suerte, aún podían regresar, era inmensamente triste y doloroso ver que el mundo entero se derrumbaba sin remisión. Y ajenos a todo, aquellas criaturas que habían venido a vivir la recta final de sus vidas a Concordia Park, nada querían saber más allá de sus denodados esfuerzos por mantenerse sanos y ‘jóvenes’, con sus dientes postizos, sus bíceps, culos y tetas rellenos de silicona, sus píldoras para poder seguir manteniendo sexo entre ellos o pagar los servicios de quienes vendían sus cuerpos. Concordia Park, pensó, ya no significaba nada para ella, y desde luego, nada era para su amada familia. Sólo el casco viejo de la ciudad, que conservaba el trazado y los edificios de principios del siglo XXI, había llegado a conmoverla de algún modo. Los habitantes de Concordia Park ahora eran ricos o muy ricos, pero habían perdido la identidad de un pueblo, una cultura y un sentir común. Habían perdido el alma. Cuando los tres subieron aquella tarde al mirador del Grial, ninguno de los tres había siquiera imaginado que iban a contemplar una de las puestas de sol más bellas que se pueden admirar en la tierra. Mientras las moles de cristal, hormigón y acero de la llanura se sumían en la penumbra, el cielo del crepúsculo concordano se teñía de los más bellos tonos rojizos, anaranjados, rosáceos, celestes y amarillos alrededor de la portentosa figura recortada en el horizonte de la Peña de la Mujer Dormida mientras el astro rey se ocultaba tras su perfil. Y Carmela pensó que, a pesar de todo, Concordia tenía algo especial que seguiría estando ahí hasta el fin de los tiempos. Y ese algo era aquel cielo que había logrado el milagro de llevar unos instantes de éxtasis y felicidad a los corazones de miles de seres. |
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