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Listado de libros > Anécdotas Colegio Santo Domingo | Índice de este libro | Instrucciones | Redactar Anécdotas Colegio Santo Domingo
Santo Domingo fue mi escuela.
Recuerdo con nostalgia la escuela de Santo Domingo. Archidona es un pueblo culto y de eso podemos presumir los archidoneses. El viejo edificio del Convento de Santo Domingo (fundado en el año 1.547), ya en el siglo XX albergó un centro escolar donde estudiamos muchos niños de la localidad. De aquella vieja escuela recuerdo especialmente a un maestro, se llamaba don Federico. Era un nombre alto, de pelo corto y peinado para atrás con brillantina, no vestía muy bien. Pero sin lugar a dudas el rasgo más característico de aquel buen hombre era que estaba tuerto, como consecuencia llevaba unas gafas redondas con un solo cristal, pues el otro era sustituido por un cartón de color negro. Creo que don Federico siempre fue maestro del colegio de santo Domingo. Vivía en una de las “casas baratas” del Molino don Juan. Aquellas casas eran llamadas así por que hacerlas costo poco dinero y por eso el bajo alquiler que pagaban sus inquilinos, hay que decir que eran muy baratas pero que también estaban muy mal construidas, no tenían cimientos y estaban construidas sobre un terreno relleno que provocó que al poco tiempo de su construcción empezasen a presentar grietas. En aquellas casas y en aquellas condiciones precarias, vivió don Federico, el protagonista de esta historia, y vivió muchos años. Era don Federico un hombre cabal, serio y pobre como casi todos los maestros de aquellos años. Por entonces corría entre los españoles un viejo refrán que decía: “¡tienes más hambre que un maestro escuela!”, pero lo cierto es que en aquellos años de la década de los cuarenta (hacía 1.945) mucha gente pasa hambre y otras penurias. Recuerdo que en los años cincuenta me encontraba yo en la escuela de Santo Domingo con don Federico. A él le gustaban las palomas, eran su pasión, y su pasatiempo favorito era hacerle nidos con cajones de madera, luego los colgaba en el patio de su casa. En aquel tiempo mi abuela tenía una pequeña tienda en la calle baja o en la calle Puentezuela, una de aquellas tiendecitas que había en los pueblos que quitaron tanta hambre en aquel tiempo y que ayudaron a mantener y tantas personas y a más de una familia. Pero volviendo a la historia, algunas mañanas don Federico, en tiempo de clase, me mandaba a casa de mi abuela para que le comprara un cuarto de kilo de trigo para sus palomos, hay que recordar que en aquel tiempo las tiendas pequeñas vendían casi de todo. Yo estaba encantado porque la mañana que don Federico me mandaba por un cuarto de trigo para sus palomos, me la tomaba como de recreo, pero lo malo era que cuando llegaba a casa de mi abuela y le decía que me diera un cuarto de kilo de trigo para los palomos de don Federico, ella me preguntaba por el dinero. Algunos días me decía el maestro que le dijera a mi abuela que él le pagaría en unos días, cuando cobrara. Recuerdo que como don Federico no veía bien con un solo ojo, pues recordemos era tuerto, cuando escribía en la pizarra para que nosotros lo copiáramos se equivocaba con frecuencia y mis compañeros y yo nos reíamos, pero don Federico al escuchar las risas se paraba un poquito y rectificaba rápido. Por entonces mi familia vivía en calle Puentezuela como ya sabemos y para ir a la escuela de Santo Domingo a mí me gustaba pasar por la Plaza, pasar por el “Callejón de la Castellana” para salir a calle Salazar, en cuya esquina estaba la tienda del “Gordito” y en la casa de al lado vivía mi tío abuelo Francisco Garrido Sánchez. Entonces en el otoño, en el mes de octubre más o menos, de paso para la escuela de Santo Domingo, llegaba a darle un beso a mi tía para que me diera un membrillo, que lo comía en el recreo, mi tío Frasquito en su casa en el zaguán, tenia montada o había una tienda de verduras, que mi tío y su hijo Domingo recogían de su huerta, o de la de la “Huerta de los Garrios”. En mis primeros años de escuela ó de aprendizaje en Archidona había varios maestros como don Mariano, don Antonio, que este hombre era pelirrojo y tenía la cara llena de boquetitos. Pero especialmente recuerdo con nostalgia y añoranza, en los curas al Padre Pedro y en santo Domingo a don Federico. Estas líneas las escribo con todos mis respetos y admiración, para mi buen maestro y admirado don Federico, un buen hombre que vivió en Archidona y dio clase en la escuela de santo Domingo en unos años muy difíciles para todos. |
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