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Hechos reales

  • El escritor de sueños

Una sala pulcramente limpia, la estantería llena de libros bien colocados, como en todas las librerías muchos de ellos con los lomos brillantes, casi nuevos.
Libros almacenados a lo largo de toda una vida, cada uno, es un recuerdo, muchos de ellos gastados de releerlos una y otra vez.
Una silla de anea blanca y una mesa pequeña con cajones limpios y ordenados, folios y bolígrafos de propaganda ocupan el primero, en otro una bandera republicana perfectamente doblada, debajo de esta algunas octavillas de los años sesenta que se distribuían en la clandestinidad en contra del régimen y donde el partido comunista se establecía poco a poco dándole a la juventud una esperanza de libertad y democracia.
En el cajón del centro fotografías en blanco y negro amarillentas y con los bordes rústicos .
Sobre la mesa un cenicero y un taco de folios blancos amontonados con mucho orden delante de la silla.
Alrededor de las cinco de la tarde visitaba aquella pequeña taberna, cuando llegaba allí ya llevaba un buen rato en la calle.
Salió a comprar comida para su perrillo, la llevaba cuidadosamente en una bolsita que colocaba en algún rincón donde no estorbara.
Su amplia y agradable sonrisa, lucía una boca sin dientes e iluminaba esos ojillos redondos y la mirada cálida y cariñosa, que estos proyectaban.
Las orejas pequeñas, un poco abiertas, todo ello reflejaba un rostro afable y una entrañable figura de un hombre bueno y honrado.
Pedía una copa y establecía una conversación con aquella mujer que le escuchaba complacida, mientras el contaba historias aprendidas directamente en su origen con una pizca de humor y donde a la vez relataba su vida.
Fue poco a la escuela desde muy pequeño se iba al campo con su padre a trabajar en las tareas propias.
Allí se sintió labrador aprendió la rudeza de los campos trabajando de sol a sol, para llegar ansioso a la hora de abrir la capacha y comer un trozo de pan con tocino salado, o unas arencas con naranja, esta comida, una navajilla y una garrafa de agua, constituían todo su almuerzo.
Aquellas eran las clases didácticas más reveladoras que Antonio tendría en su vida. Compartiendo con aquellos hombres un trozo de pan, escuchaba atento las vivencias y penurias que contaban cada uno de ellos.
También allí aprendió a calmar los pesares con un trago de la bota que pasaban de unos a otros.
Regando la tierra con sangre y sudor, comenzó a soñar con la igualdad y la libertad de los hombres.
Por la tarde cuando volvían del campo, su padre lo mandaba a casa de Miguel el Gato para aprender a leer, escribir y las cuatro reglas.
Pero la cultura de Antonio es soberbia, hecha a base de trabajo y vivencias compartidas, los libros compañeros del camino y los poetas del siglo veinte, Machado, Miguel Hernández , García Lorca y otros, calman su espíritu y le acompañan cada día.
Conoce la historia de España y la de su pueblo, cuenta anécdotas y pasajes de la vida, es amigo de todo el mundo.
Mientras le oye atentamente esa mujer ríe le pregunta sin cesar, ansiosa de llegar al fondo, de conocer mejor a esa entrañable criatura.
Cuando tenía catorce años dejo el campo, y se puso a trabajar de camarero,
en unos tiempos en que el camarero no tenia horas ni días libres.
Antonio, con su impecable chaqueta blanca paseaba con estilo la bandeja, llena de cafés o cervezas espumosas, mientras con los oídos bien abiertos aprendía escuchando a los más sabios.
Detrás de aquella barra, tubo las clases teóricas más variopintas e instructivas que podamos imaginar, allí supo de ideales, costumbres, fanatismos y sueños.
En este punto de su vida, los sueños estaban en su mejor momento ¡se enamora! un amor que duro para siempre, escondido en el cajón más profundo de su corazón, sin compartirlo con nadie. Ese es su secreto más preciado.
Ni siquiera cuando se le suelta la lengua, se le escapa el nombre de esa mujer.
No tuvo hijos, pero siempre vivió rodeado de niños, a los que ya hombres quiere y admira.
Siempre tiene una sonrisa y es muy educado.
Si alguna noche no recuerda bien por donde anduvo, a la mañana siguiente recorre su sitios preferidos y pide disculpas por si se paso en algo.
Esta mañana se ha levantado tarde, después de asearse y tomarse un gazpacho de cebolla para la resaca, vuelve a su sala, está hecho polvo arrastra los pies con sus zapatillas de cuadros azules hasta la vieja estancia, coge uno de sus libros favoritos y una vez sentado ante la mesa ordena una vez más los folios blancos que reposan sobre ella.
Mientras dobla la bandera y la coloca en su cajón, recuerda con una sonrisa picarona que ayer catorce de Abril era el aniversario de la segunda republica española.
Salió sobre el mediodía y visito sus bares habituales, mas tarde coincidió con algún viejo amigo y celebrando estuvieron hasta que cerró la ultima taberna.
Lo último que recuerda es que bajaba la calle que lleva hacia su casa de esquina a esquina, con la bandera sobre los hombros a forma de capa cantando la internacional mentalmente porque su lengua estaba demasiado gruesa y no respondía bien a los mandatos de el cerebro.
Lo paso bien ese día, había conseguido olvidar por unas horas, lo que se quedo en el camino y bajando aquella calle volvió a sentirse joven y esperanzado. Una mirada al horizonte cubierto por las sombras de la noche le hizo fuerte y soñador de nuevo.
Y es que el cielo estrellado que se habría inmenso ante sus ojos, reflejo un rayo de luz que escribía en el universo las palabras más soñadas LIBERTAD.

 

 

 

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