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Listado de libros > Relatos Cortos | Índice de este libro | Instrucciones | Redactar Relatos Cortos
Estoy sentada en una butaca, a la sombra del árbol que planté cuando nació Marta. Ha crecido hermoso, como ella. Sus hojas rozan mi cabeza, me acarician, me susurran.
Entre mis pies desnudos se escurre la tierra húmeda, desprendiendo el exquisito olor de la naturaleza que me rodea. Las rosas me mandan mensajes de vida, hermosas rosas amarillas, todas amarillas, desteleantes, desafiantes, que parecen tomar parte en la decisión más dura y razonable que he tomado en la vida. He entrado en la madurez con un aspecto físico realmente increíble, un magnífico envoltorio cubriendo un gran deshecho humano. Trato de no escuchar mi yo interior, intento ser benévola conmigo. Pero no puedo. Me incorporo, sacudo la tierra de mis pies y vuelvo a pensar en los mismo, la misma idea que me ronda desde hace mucho tiempo. Pero hoy me está torturando más que nunca. Me está obligando a tomar la gran decisión, tengo que elevar el vuelo, abandonar esta tierra que me atrae y dejarme llevar al inmenso vacío de la eternidad. Mi vida tiene que llegar a su fin. No merece la pena seguir por este camino. Yo, Marta, la niña bien criada... Desde que nací , según decían todos, tenia algo peculiar. Poseía exotismo, imán para atraer a los demás. Mi cara pequeña con hermosos ojos verdes y pelo pelirrojo, hacían de mi una niña diferente a todos los que me rodeaban. En mi familia era una muñeca querida y mimada por todos. Mi padre era un hombre importante en la dictadura y me tenia rodeada de caprichos. Eramos gente privilegiada. En la lejanía del recuerdo, vienen a mi mente esas niñas, hijas de gente humilde que venían a mi casa para jugar conmigo. Lo que más les gustaba era mi casita de muñecas. Mi padre la había mandado construir para mí. Un carpintero le había hecho los pequeños muebles y una costurera que había en mi casa había confeccionado las cortinas y los vestidos de las muñecas. Estos pequeños tesoros de mi infancia estaban al final de una hermosa escalera de caracol, donde unos grandes ventanales dejaban pasar los rayos de sol anaranjados, destellantes, armoniosos. Como mi vida. ¡Qué hermosa era mi casa!. Tenia un gran patio central, con una hermosa palmera. Había una pequeña fuente donde el canto del agua parecía que salpicaban cristales de colores. Todo era armonía y color alrededor de mi persona. Recuerdo a mi padre, exigente, sentado mientras que le limpiaban los zapatos. Yo creo que disfrutaba de tener a un hombre arrodillado delante de él. Mientras que se tomaba el café con su gran puro. Era un hombre autoritario. Pero conmigo era diferente, se humanizaba, se volvía tierno. Sus ojos se iluminaban cuando yo volvía del colegio, con mi falda de peto gris y una camisa blanca. Mi pelo casi rojo, recogido en dos trenzas. Mis ojos verdes chispeaban de alegría cuando veía a mi padre. Me cogía y me sentaba en su regazo acariciándome con ternura. Luego llamaba despectivamente a una criada, una chica joven con cofia y delantal blanco, para que le sirviera otro café. Con el tiempo supe que era la querida de mi padre, ¡cuantas veces me vi reflejada en ella a lo largo de mi vida!. Yo estudiaba en un colegio de monjas, a pesar de ser una comunidad religiosa, existía mucha discriminación. El dinero separaba a las personas hasta en la indumentaria. Las niñas que sus padres pagaban utilizaban uniforme, mientras que las niñas pobres tenían un sencillo babero blanco. También estudiábamos en clases separadas. ¡Que absurda la religión y la política que iban de la mano, separando seres humanos en función del dinero que tenían!. Se acercaba mayo y el gran acontecimiento de la primera comunión. Mi vestido era de una organza primorosa. Mi padre hablaba con el cura y este le decía: Por supuesto Don Manuel, su hija subirá la primera a ofrecer. Comencé a subir la escalera, como si fuera la reina de la ceremonia. Miré hacia abajo. Mi padre y mi madre estaban sentados en el banco principal, acompañados de mi hermanos. Detrás estaban las niñas que estaban en mi clase, con sus padre. Mientras en el fondo, las niñas menos privilegiadas, con vestido corto de color gris y un pañuelo blanco en la cabeza. Sus padres estaban de pie, serios, con la gorra encogida en sus manos huesudas y doloridas.. Comenzó la ceremonia y todas las niñas cantábamos al unisono. Por lo menos eso si era común. Llegó el verano y el momento de las vacaciones. Ninguna de las niñas que venían a mi casa sabían que eran unas vacaciones. Recuerdo una de ellas, con cara sucia y pelo crespo. Me pidió permiso para ponerse unas aletas que mi hermano Miguel se había comprado para bucear. Cuando la niña intentó andar con ellas se cayó al suelo. Patética era su imagen. Parecía que la pobreza estaba unida a la fealdad. Su cara enrojecida es el último recuerdo que tengo de ella. A la playa venían también mis tíos y mis primos. También nos acompañaban las dos criadas. Ellas se encargaban de las tareas de la case. Y una de ellas también era victima de la lujuria de mi padre. ¡Qué pena de mujeres tan sumisas y desprotegidas!. Un día hermoso y radiante, íbamos mis primas y yo bajando unas pequeñas escaleras. De repente vimos a un hombre que abofeteaba a una mujer. Ella era joven y muy guapa. El hombre era mayor y le pegaba con violencia. Por vez primera escuché la palabra que marcaría mi vida. La joven estaba apoyada en la pared temblando. Le había partido un labio y sangraba. Un hilo delgado purpura le corría por el cuello y desembocaba en el mar de sus senos. Pero no se defendía, sus manos caídas a lo largo del cuerpo denotaba la sumisión que tenia. Si recuerdo que nos miró con unos ojos llenos de desesperación. Cuando el hombre nos vio trató de normalizar la situación. La rodeó con sus brazos limpiándole los ojos y la cara y nos sonrió. Siempre he recordado la sonrisa de este hombre como algo tenebroso, sus labios delgados y repugnantes han sido a lo largo de mi vida el símbolo de la maldad, de un ser supuestamente superior frente a su presa débil y que no había tenido oportunidad de elegir ya que el destino había decidido por ella. Cuando llegó el otoño, surgió el gran cambio. Pasé del colegio al instituto, Mi aspecto había cambiado notablemente, era una adolescente expléndida. . Y con la inconciencia de la juventud comencé a creer que tenia derecho a casi todo. Y apareció él, un profesor guapo, con mundo, con clase. Su aspecto bohemio me cautivó e intenté por todos los medios atraerle. Y lo logré. Comenzamos a vernos en su casa. Al principio a causa de mi inexperiencia me sentía cohibida, pero él me acariciaba con dulzura, con habilidad. Sus manos resbalaban sobre mis senos tersos mientras mi vientre lo anhelaba. La gente que se reunían en su casa todos fumaban hierba. Yo que apenas había probado un cigarrillo normal, pues me resulto difícil , pero por no quedar mal comencé a hacerlo. Al principio me daban nauseas, pero seguí insistiendo.Quería ser como ellos. Una noche después de haber estado fumando marihuana y que poco a poco nos fue transportando a un estado de bienestar, sentimos la necesidad de fundirnos en uno solo. A lo largo de mi trayectoria en mi dislocada vida, siempre he añorado esta primera vez. Mi amor engrandeció este acto y lo volvió sublime. Realmente hice el amor, me entregué, me resbalé por los abismos del placer. Una atmósfera tibia nos acompañaba. La música, siempre la maravillosa música de los Beatles, envolvió este maravilloso momento. Mi cuerpo temblaba con ansiedad, noté su olor profundo y me entregué en cuerpo y alma. Sus manos descendían a los largo de mi cuerpo y yo sentía que me evadía, que me elevaba a otra dimensión.Cabalgué en el corcel del deseo con ignorancia, con avidez, con amor... Y desfallecí apoyada en su hombro sintiéndome plenamente realizada. Ala segundo otoño me abandonó. Se cansó de mi y se marchó a su idolatrada ciudad de Londres. Me quedó el vacío de su ausencia. Tenia adicción a él, pero también era adicta al maldito polvo blanco, al que poco a poco me había enganchado. En las muchas juergas nocturnas que habiamos tenido en su casa empezó el terrible coqueteo con la maldita droga. Parecía que podía controlar y como no tenia problemas de dinero pues todo parecía posible. Al anochecer se realizaban las reuniones en su casa. El frenesí de la droga entró en nuestras vidas. Ya hacíamos el amor de forma brutal, no quedaba ni un rastro de ternura. Todo era material, insensible, vacío. Mi vida comenzó a ser gris, anhelaba el ocaso del solo para reunirme en esta casa que se estaba convirtiendo en mi cadena. Una noche llegué y estaba muy lúcido. Me dijo con la mayor sequedad que se marchaba. Que no esperara, que jamás iba a volver, que nuestra relación había sido un espejismo y que él necesitaba vivir su vida lejos de este pueblo de raíces tan rancias. yo le escuchaba como si esto no me estuviera afectando, no sabia exactamente que era lo que estaba ocurriendo. Con mis temblorosos escasos años me estaba viendo envuelta en una situación que no podía dominar ni enjuiciar. Le abracé, recuerdo que le rodeé con mis brazos creyendo que con aquel gesto todo volvería a ser igual que antes. Me separó con frialdad y finalizó la conversación para siempre. Se marchó al día siguiente, no lo he vuelto a ver más. Jamás supe si había volado alto o si había sucumbido por las alas negras de la droga. También me abandonó mi padre. Murió una tarde fría de noviembre, se perdió en la bruma de la eternidad. Yo no podía llorar, todo se había roto. Temblaba de miedo y de desamparo. La necesidad del dinero era cada vez más acuciante. La gente que me suministraba la droga ya no eran agradables conmigo, me agobiaban para que pagara algunas dosis que les debía. No sabia como solucionar el problema. Aproveché un viaje de mi madre y cogí unos pendientes de oro de ella y los dí como entrega de mi deuda. Esto hizo que mi madre se alertara de lo que estaba ocurriendo y llamó a mi hermano Miguel que era comisario. Recuerdo las lagrimas de mi madre, lloraba sin consuelo. Me suplicaba, me rogaba que tomara otro camino. Yo no podía comprender nada. Me dejaron por imposible y ante la situación mis hermanos optaron por apartarla de mi lado. Me quedé sola en la casa familiar Simplemente los gatos eran mi compañía y mi consuelo. Tomé la decisión de vender mi cuerpo. Y comenzó mi declive. Sentí la humillación que siempre han tenido los débiles. Comprendí lo que significaba que te miraran de arriba abajo. Y yo esta vez estaba abajo. Me fui vulgarizando y perdí los valores que poseía. Unos tras otros fueron haciendo jirones mi dignidad y mi alma. Me quedé embarazada . Y llegó el momento de tomar la gran decisión : si abortaba o seguía con el embarazo. La decisión no fue fácil. Primero opté por abortar. Fue con la certeza que era lo mejor. Nadie me acompañaba ni podía contar con ninguna ayuda que me hiciera reflexionar que era lo más acertado. Cogí el coche, lo enfilé por una carretera secundaria. Me quedé absorta mirando un tendido eléctrico repleto de pájaros negros, pequeños, insolidarios, ausentes.Dos tendidos más abajo había un pájaro solo, desterrado de su grupo. Triste y ahuecando las alas. Terriblemente solo. Esto me produce inquietud. Algo se está instalando en mi interior y me está debilitando. Estoy juzgándome. Me siento como ese pájaro, separado de la sociedad. Siento nauseas, tengo ganas de correr y huir de este presente. De repente en mi pequeña barriga comienza un tenue movimiento. Aparco el coche y miro el atardecer anaranjado que despide al día. Y tomo la decisión de que nazca mi hijo o mi hija. Me abrazo a mi vientre, ya no me siento tan sola. en mi cuerpo hay la maravilla de dos corazones latiendo. Tuve que seguir vendiendo mi cuerpo para poder seguir con mi adicción.. En el momento del parto solo me acompañó mi hermano pequeño. Mi madre había entrado en un deterioro mental del que nunca regresaría. LLegué al hospital temerosa, ilusionada y asustada.Aunque para mi hermano yo era un lastre, en este momento se humanizó y me dio las caricias que necesitaba en este momento. Sentí como se desgarraba mi cuerpo con dolores impresionante. Pasaron las horas y no había dado a luz. Al cabo de unas horas entró un médico y me dijo que la situación era preocupante, que iban a hacer lo imposible por salvar a la niña. Pero que no garantizaban nada. Rompí a llorar desconsoladamente, ya que mi hija iba a ser mi familia, mi apego a la vida.,mi esperanza de futuro. Me subieron a la camilla y sentí la desolación de la soledad de los pasillos del hospital. |
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