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Listado de libros > Relatos Cortos | Índice de este libro | Instrucciones | Redactar Relatos Cortos
Me subieron a la camilla y sentí la desolación por los pasillos del hospital. No me acompañaba nadie en este momento tan crucial de mi vida. Iba acompañada de la soledad en un momento demasiado crucial para estar tan sola. Según me dijeron, mi hermano había tenido que marchar y ya no lo he vuelto a ver nunca más. Entro en el quirófano de paredes blancas y gentes silenciosas. Les miro, trato de escrudiñar su mirada detrás de la mascarilla que tienen puesta. Uno de ellos, de mirada limpia y transparente me dice: -Ten fé Marta, todo saldrá bién-. Yo le cojo la mano con gratitud ya que hace tanto tiempo que nadie me habla con dulzura. Siento como una aguja taladra mi piel. Y entro en el maravilloso mundo de la inconsciencia. Me deslizo en el silencio.
Empiezo a escuchar rumores lejanos que me vuelven a la realidad, tenues al principio y alborotados después. Por mi brazo entra un reguero de sangre, la vida está entrando por mis venas. Estoy muy debilitada y muy sola. Mis pechos comienzan a emanar leche tibia. Me traen a mi hija para que la amamante. Es una preciosidad de niña, con su pelo apanochado y su nariz respingona. Me emociono al verla y me hago la promesa en ese mismo instante de que lucharé sin fin por ella. Tardo varios días en salir del hospital. De nuevo me veo como el pájaro solitario. Siento nostalgia de que alguien atraviese la puerta y me traiga un ramo de rosas amarillas que desborden vida en mi habitación. Aquí mismo tomo la determinación de que pondré en mi jardín rosales amarillos, todos amarillos, para que ningún otro color rompa su armonía. También voy a plantar un árbol en honor a mi hija. Tendrá las hojas anchas, que caigan hasta el suelo. Abandono el hospital con mi hija María y me encuentro que tengo que resolver todo lo que me rodeaba. Porque seguía dominada por el gran polvo blanco. Ese caballo blanco de alas negras que se enredaba en mi cuello. De nuevo a comenzar mi eterna lucha, de no aceptar lo que realmente era, pero que me permitía vivir sin problemas económicos. Me planteo cuidar a mi hija y darle una buena educación. Conseguir esto era difícil. Busqué una mujer que la cuidara y puse todo mi empeño en que su educación fuera esmerada. Y lo conseguí. Mi hija se hizo una expléndida mujer de firmes principios. Entonces comenzaron mis miedos. Un miedo visceral de que mi hija me juzgue y no pueda comprenderme. Me siento atrapada, no encuentro salida y no veo nada más que una alternativa. Pero es muy difícil abandonar la vida, dejar de sentir sensaciones e iniciar un viaje hacia los confines del universo. Me siento temblar por dentro. Tengo miedo, mucho miedo. Estoy sola rodeada de la belleza de la tarde. Quisiera tener clara mi decisión, pero el miedo me está paralizando. Me incorporo, paseo por el jardín buscando excusas y miles de razones para abandonarlo todo. Pero la tierra me atrae. Atravieso el verdor del césped que acaricia mi piel. Siento nostalgia de no haber sido capaz de dirigir el timón de mi destino hacia puertos serenos. Cuando voy a entrar en la casa siento el móvil que me llama. Es mi hija que viene y que me trae algo que me va a gustar. Siento que el tiempo se paraliza, todo se vuelve estático, hasta el viento ha parado su movimiento. De nuevo siento como el césped acaricia mi piel y el árbol acaricia mi pelo. No sé si esperar que mi hija llegue e intentar hablar con ella. Quizás sea benévola conmigo y me comprenda. Me incorporo, camino descalza hacia la casa. Las sombras del atardecer van haciendo su aparición. Siempre me ha dado temor la noche, sus silencios, su oscuridad. Entro en mi casa y me dirijo hacia donde tengo las bebidas. Voy a intentar hacerme valiente bebiendo. Cojo una botella de ron. Mis dedos resbalan sobre la frialdad de la botella. Mis manos comienzan a temblar de nuevo. Un nudo atenaza mi garganta. No me quiero marchar, quiero aferrarme a la vida. Doy vueltas con la botella en la mano, me asomo a la ventana queriendo aspirar los últimos vestigios del crepúsculo. Y comienzo a llorar sin consuelo, con desesperación. De nuevo hay una llamada del móvil, es mi hija que se retrasa. No sabe que su retraso está provocando mi permanencia en este mundo. Sigo dando vueltas por la casa, busco un motivo para quedarme y no dar este gran paso. La lucha conmigo misma es muy grande, siempre he sido mi gran enemiga, mi gran agresora. Cojo la botella de ron y lentamente comienzo a beber. El liquido se desliza por mi garganta como agua para sediento. Poco a poco mi melancolía se va transformando en euforia. Me estoy volviendo valiente. Me dirijo hacia donde tengo la droga maldita. He sido su esclava durante toda mi vida y hoy me va a dar la libertad. Preparo una gran dosis. Con la bebida la melancolía se está transformando en euforia y me estoy volviendo valiente. Comienza mi gran enemiga a entrar en mi cuerpo, lentamente. Y yo lo celebro tomando otro vaso de ron. Creía que todo iba a ser rápido, pero como siempre me he equivocado. Tengo tiempo para pensar. Es algo que yo no creía que iba a ocurrir. Como siempre no he sabido valorar las consecuencias de mis decisiones. La euforia se mezcla con el miedo. Intento levantarme, pero no puedo. Mis piernas son peleles que no me dejan incorporarme. Sin embargo mi cabeza todavía sigue lúcida para pensar, para censurarme. |
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