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Listado de libros > Vacaciones en Archidona | Índice de este libro | Instrucciones | Redactar Vacaciones en Archidona
Mi embarazo seguía su curso. Mi cuerpo seguía aumentando de tamaño y cada vez que se movía mi bebé dentro de mí, algo se removía en mis entrañas...una sensación de desasosiego me invadía. Mi marido Felipe decía que eso era normal,que estaba muy sensible por mi estado y que dejara que cuidara de mí la tía Micaela, que eso era cosas de mujeres.
Ya estaba llegando la hora de empezar a preparar las cosas para la canastilla. Algunas vecinas me habían hecho patucos para proteger los pequeñitos pies de mi bebé del frió invierno de Castilleja del Conde. Quería subir al desván, y ya le había insistido a mi tía para ir a mirar y buscar algunos objetos antiguos que allí se guardaban por si alguno me servía para mi bebé. Tenía especial interés en encontrar la cuna en donde habían dormido tantas generaciones de la familia. Amaba esa gran casa de la placeta del rosario, esa gran casa que me embaucó, ya hace algunos años, con sus grandes ventanales, sus amplias escaleras. Ahora se me hacían más patentes esos misterios que la rodeaban desde la muerte de mi abuela y desde el día que yo me quedé en ella a vivir con mi tía Micaela. Gracias a eso conocí a mi maravilloso marido. Siendo niños nos escondíamos en todos esos huecos de escaleras, tras las puertas secretas para poder tocarnos a través de la mirada, sentir nuestros alientos jadeantes. Éramos inocentes chiquillos que comenzamos a descubrir un placer que nos hacía vibrar, un placer inocente que nos causaba escalofríos a medida que nuestros cuerpos de niños se iban convirtiendo en adultos. Mi tía Micaela siempre tenia alguna excusa para no subir a esa desván. Decía que ya subiría algún día a buscar esa cuna, que yo no me molestara en mi estado. Pero yo quería subir “ya” y un día conseguí la llave que mi tía guardaba en el primer cajón de su mesita de noche entre cartas de antiguos amores que nunca llegaron a realizarse y pañuelos amarillentos manchados de perfume que ya no iban a ningún baile. Un día aprovechando que todo el mundo había asistido a la misa de difuntos y a visitar el panteón familiar para llevar flores a la tumba de mi abuela Ana-Amalia, me decidí a subir esas escaleras que desembocaban en el desván. Por fin me atreví a subir la famosa escalinata prohibida que mi hermano Fernando y yo considerábamos como una especie de camino hacia el más allá, hacia lo desconocido y mágico que se nos antojaba aquel desván de la fantasía de nuestros juegos y ensoñaciones infantiles. Iba subiendo peldaño a peldaño y me parecía que estaba a punto de penetrar en la cueva donde jugaba con mi hermano Fernando. Al principio la cerradura se resistió por los años que llevaba cerrada, pero,finalmente, cedió ante mis esfuerzos dando un fuerte crujido, como si se hubiera desencajado algo en su esqueleto de madera. Lo primero que vi fue la cama de mi abuela con su colchón de lana flanqueada por las mesitas de noche; una gran cornucopia dorada que estaba antes en el saló; unos aparejos de mulos; unos candelabros antiguos y un sinfin de objetos...trastos que ya no servían para nada pero que aún conservaban sus encantos. Me dispuese a buscar entre las antigüedades y hallé la cuna familiar que había serido a cinco generaciones, incluso en ella dormimos mi hermano Fernando y yo. La cuna la encontré al fondo, debajo de unas cajas que contenían libros que a buen seguro fueron la compañía ideal en la infancia de mi padre en Castilleja del Conde. Pensé que el estado de la cuna no era muy bueno, pero las manos de un buen carpintero la dejaría como nueva y mi bebé podría dormir una fantásticas noches en ella. Cuando me disponía a salir del desván, me llamó la atención un pequeño arcón con repujado en plata envejecida.¡Qué preciosidad! -me dije para mis adentros- Es una lástima estar aquí olvidado entre cachivaches llenos de polvo... Cuando me disponía a abrirlo,la voz de mi tía Micaela llegó desde abajo gritándome que dónde me encontraba, pero me dio tiempo a ver que estaba lleno de papeles antiguos: escrituras de fincas por las que mi familia estaba dividida;el testamento de la abuela; partidas de nacimiento de familiares... Lo cerré rápidamente y lo dejé todo como se encontraba para algún no muy lejano volver. Al bajar los escalones, alli estaba la tía Micaela esperándome para echarme una pequeña regañina; como si siquiera siendo esa niña que se quedó a vivir en su casa después de la muerte de la abuela Ana-Amalia. Desde entonces tía Micaela y yo hemos compartido un silencio tácito sobre los enigmas que guarda la casa. Durante años le preguntaba por esto o aquello, quería visitar el desván y saber historias familiares que había oído en conversaciones sueltas que yo no llegaba a entender del todo y que se convertían, con el paso del tiempo, en enigmas indescifrables para mí. Estaba convencida de que se me ocultaba algo. En la casa que regentaba tía Micaela debió acaecer un acontecimiento extraordinario, de naturaleza oscura, que obligaba al silencio a mis padres y a la tía. Me decía que algún día la tía Micaela debía contarme todo lo que ocultaba. Al bajar la tía, muy enojada, me amonestó por haber subido al desván. Dijo que la entrada allí estaba prohibida, cosa que yo sabía perfectamente y que no debía haber obviado. Yo me excusé alegando que habia subido a buscar la cuna familiar para mandarla a reparar por un carpintero antes del nacimiento del bebé; pero no me atrevi a comentarle nada sobre el hallazgo del arcón de los documentos de la familia. Esa noche mi marido Felipe me dijo que me notaba rara, me pregutó algo nervioso si me sentía bien... y yo, para no asustarle, le tranquilicé diciendo que no se preocupara. Sin embargo, sentía algo raro dentro mí, no era un dolor agudo pero sí un malestar intenso, como si el parto fuese inminente. Sabía que quedaban todavia algunos días para el parto y pensé que se me pasaría y me marché a descansar a la alcoba dándole vueltas a la cabeza...Todavía no había amanecido cuando noté las primeras contracciones acompañadas de un gran dolor. Desperté a Felipe y le dije que llamara a la tia Micaela porque el momento del parto estaba llegando a su hora. Tía Micaela se apresuró a avisar a una matrona y enseguida aparecieron las dos en el dormitorio con unas palanganas llenas de agua caliente y paños. Yo gritaba y gritaba y a felipe lo sacaron de la habitación. La vieja matrona intentaba tranquilizarme rogándome que no gritara. Decía que respirara y que empujara, pero yo sentía que algo se rompía en mi interior. Tenía mucho miedo y sabía que algo no iba bien. El dolor me parecía insoportable y no podía dejar de gritar. Tía Micaela mandó recado para avisar a mis padres mientras Felipe apretaba los puños en el salón mientras contenía las lágrimas de rabia al oír mis alaridos. El niño nació, pero murió al cabo de unos minutos. Quizá su pequeño corazón no pudo soportar tanto esfuerzo y....Dios, si existe algun Dios, se lo llevó para que jugara con los angelitos a hacer barcos de papel. |
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