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Listado de libros > Vacaciones en Archidona | Índice de este libro | Instrucciones | Redactar Vacaciones en Archidona
La voz de tía Micaela retumbó en la escalera, ¡la comida esta lista niña! baja y pon la mesa. Vine rápidamente, saltando la escalera de dos en dos. Estaba alerta esperando su llamada, impaciente por llegar a la bendita hora de la siesta. Y no es que yo tenga sueño, ni mucho menos acostumbro a dormir durante el día, pero la tía, lo hace siempre de tres a cinco de la tarde.
Yo, como buena chica, bordo mientras tanto primorosamente, delante de la ventana que da a la Plaza, aprovechando el rayo de sol que a esa hora se filtra tras los visillos. En el aro grande de mi bastidor, florecen diminutas hojas y flores con centros de fictire que, poco a poco, pueblan el embozo de una sábana de hilo fino, que será parte de mi ajuar de novia. Es un trabajo lento y laborioso, la pequeña aguja se pierde entre mis dedos, desapareciendo bajo el bastidor, subiendo y bajando armoniosamente, pasando de mi mano derecha a la izquierda, escondida ésta, bajo la tela estirada que sostiene el aro de madera. Cuando llego al comedor, la tía, ya ha dejado sobre la mesa un mantel limpio y muy bien planchado. La estancia es amplia y sobria. Un gran mueble de madera rústica y oscura alberga en su interior vajillas, cristal, mantelería, y otros enseres complementarios del ritual de la comida. La mesa ocupa el mayor espacio: dos patas gruesas y torneadas sostienen el gran tablero que la cubre y un montón de sillas fuertes y con los culos de aneja blanca, la rodean invitando a sentarse. Una ventana grande da a un patio interior lleno de macetas de geranios. El suelo irregular luce limpio y reluciente, exhibiendo chinas blancas y grises que pulcramente brillan satinadas. Todos los días se repite la misma historia, la tía, me invita a poner la mesa y yo sugiero la misma idea.-Tía, ¿no es demasiado grande esta mesa para nosotras?,¿por qué no comemos en la cocina? Hay más luz, entra el sol, y la mesa es más recogida. La cocina es la parte que más me gusta de la casa, su forma rectangular y amplia da sensación de frescura, más desenfadada, menos sobria. A a la izquierda tiene una puerta que da al patio interior y junto a ésta, una ventana grande, justo encima del fregadero, con una cortina de cuadritos de vichí azul celeste y blanca, haciendo ele con la parte baja del fregadero y el testero más grande. Todas las puertas de madera blanca, por encima de éstas, una larga petera, cubre la parte alta del testero; cacharros de aluminio blanco, parecen de plata colgados y ordenados por tamaños, perfectamente alineados. El sol la ilumina hasta el atardecer, en el centro una mesa cuadrada con la tapa de mármol blanco y cuatro sillas torneadas, blancas también. A la derecha, dos puertas altas dan paso al armario que hace de despensa. En la esquina una gran chimenea donde el fuego chisporrotea entre las trébedes, que sostienen la olla del puchero. La tía protesta, pero al final me consiente y comemos en la cocina. Tras el postre recojo la mesa y me pongo el delantal, dispuesta a fregar los platos, la tía insiste en ayudarme y yo la convenzo mandándola a descansar. Cuando siento cerrar la puerta de su alcoba, recojo rápida la cocina y con mucho sigilo salgo de la casa en dirección a las cuadras. Allí, como cada tarde, esta Felipe esperándome. Somos oficialmente novios y cada noche me visita en la casa (con mi tía presente, claro está) pero en la tarde, es cuando realmente nos amamos, sin carabina, ni rejas. Felipe me recibe con los brazos abiertos, un beso apasionado y ansioso es el mejor saludo, apenas hablamos durante la tarde, son nuestros cuerpos los que se expresan, bañándonos en pasión con la mirada, recorriendo valles y montañas con la yema de los dedos, las caricias adormecen la razón y dilatan los sentidos, música suena en nuestros corazones, el aroma de nuestros libidos mezclados, el susurro de su voz en mi oído, el jadeo de su boca que me devora, me transporta, me hipnotiza... Y mi cuerpo se entrega, vencido y apasionado, por su fuerza y virilidad. La sombra de la puerta llega al punto que nos hace volver a la realidad. Ya son aproximadamente las cuatro y media, me desprendo perezosa de sus brazos y me pongo de pie alisando mis faldones, sacudiendo la paja que se ha adherido a la tela de mis enaguas. Felipe me besa por enésima vez y me marcho. Delante del espejo, arreglo mi pelo y me ruborizo al pensar en la hora pasada, mi rostro joven y fresco, luce sonrosado como una piel de melocotón a punto de madurez. Corro hacia la sala y me atareo en el bordado, regodeándome en el recuerdo de las caricias de hace un rato. Tan ensimismada ando en mis pensamientos que no escucho a tía Micaela que, a mi espalda, dice: ¿Ana-Amalia, no me escuchas? –Ah perdona tía no te había oído -¡Hija mia! ¿no te da mucho el sol en esa ventana? -Que va tía, el sol no me llega- Cogiéndome por la barbilla, la tía exclama de nuevo, “¡Estás muy colorada Ana! Si se te quema la piel, no habrá polvos de arroz capaces de blanquearla. Retírate, ponte más lejos de la luz, o tu cara se verá más negra que la de una gitana. |
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